Reconocimiento, valoración y desafío tras el nombramiento de la Cultura Chinchorro como Patrimonio de la Humanidad

Reconocimiento y desafío por nombramiento de Cultura Chinchorro

Debido a su enorme valor histórico y cultural respecto del proceso de momificación más antiguo que se tenga antecedente, cuya data fluctúa desde los 5.450 hasta los 890 años antes de Cristo, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) el pasado 27 de Julio nombró a la cultura Chinchorro -con sus cuerpos momificados, así como también los asentamientos de ese pueblo que habitó las zonas actuales de Arica y Parinacota en Chile y el extremo sur de Perú- Patrimonio de la Humanidad.

Algunos de los cuerpos momificados poseen incluso más de 7 mil años y anteceden a las momias egipcias por otros varios miles, sin embargo, a juicio de Mauricio Uribe, académico del Depto. de Antropología e integrante del Consejo de Monumentos, es injusto e impreciso reducir su legado y trascendencia solamente a las momias, pues la cultura Chinchorro es mucho más que eso: “Son prácticas funerarias, representación y performance de la sociedad y los miembros de la comunidad. Hay una dimensión social y simbólica tras ellas”, apela.

Según el académico, hubo una relación con los muertos y ancestros muy antigua, por lo menos 9 mil años atrás, pues han aparecido evidencias pasadas y con mucha anterioridad donde grupos costeros mantenían a sus deudos en el mismo asentamiento. Entre ellas, muchas evidencias en Arica muestran cómo estas comunidades se fueron adaptando tempranamente al desierto, siendo unas de las mayores y más destacadas características de estos grupos, en palabras de Mauricio Uribe, su resiliencia a ambientes extremos.

A diferencia de la costa peruana, el desierto era y es mucho más árido y se encuentra bastante aislado lo que limita el acceso a muchos recursos naturales. “La contraparte es la riqueza marina, donde no hay estacionalidad. Eso implicó que hubiese una población importante costera que se estuviera moviendo por el litoral”, detalla Uribe. En efecto, hay un centenar de momias en museos de Arica, Tarapacá y Antofagasta, cuyos cuerpos momificados representan las unidades familiares y, más concretamente, familias numerosas que dejaban este mundo, es decir, cada grupo momificado representa a un grupo familiar.

El arqueólogo explica y recuerda que debido al consumo de aguas tóxicas por arsénicos morían muchas personas pertenecientes a esta cultura, o se suscitaban diversos problemas en los nacimientos. Por eso también, eran grupos cohesionados que necesitan de la cooperación mutua para vivir en el desierto. Los individuos realizaban estas prácticas funerarias no para ser enterrados sino que para permanecer ahí, continuar la vida con los vivos y estar disponibles para ser vistos. Existía un conocimiento profundo y había suma preocupación de sacar las partes más sensibles, se recomponían otras y, en definitiva, se solían rearmar los cuerpos buscando devolverles una identidad.

La importancia de la momificación y cultura Chinchorro en el mundo prehispánico

Para Mauricio Uribe, la momificación y todo lo que representa es un ejemplo de cómo se vinculaban estas comunidades con los muertos, “tan distinta a la nuestra, ya que eran integrados de manera resiliente con los vivos. Poseían un acabado conocimiento biológico como anatómico y una elaborada relación con los ancestros. En este sentido, sugiero salirse de la idea solamente de la momia, pues esta técnica significa la prolongación de la vida. Es una forma de reintegrar los muertos al mundo”, añade.

Era una sociedad que no era estratificada y, en cierta manera, equitativa ante la repartición de los recursos. “Equitativas, pero no igualitarias, lo cual no es lo mismo. Todas estas sociedades cazadoras recolectoras eran muy conservadoras y castigadoras, carentes de libertades individuales. También tenían muchas tensiones internas, con altos niveles de conflicto entre ellos y eso se nota en las marcas de sus cuerpos; este conflicto estaba presente porque repartir equitativamente los recursos traía -evidentemente- conflictos en la sociedad”, aclara.

A diferencia de las técnicas de momificación practicadas por la civilización egipcia, la momificación de los chinchorros se relaciona con cuerpos muy frágiles como los neonatos, adquiriendo una especial relevancia y cuidado de los cuerpos delicados, marcando un hito fundamental en su cultura. Junto con eso, agrega Uribe, había una fuerte vinculación con las comunidades y también a diferencia de la momificación egipcia que era muy jerárquica, donde sólo los farones se iban con los dioses, en la cultura gChinchorro se les daba el mismo trato a las personas sin importar su rol o posición social, por lo que mucho(as) eran momificados(as).

Investigaciones clave de larga data

Parte importante de las investigaciones arqueológicas en Chile comenzaron, precisamente, con la cultura Chinchorro, siendo uno de sus precursores el arqueólogo alemán Max Uhle, reconocido por sus trabajos en Perú, Chile, Ecuador y Bolivia a finales del siglo XIX y principios del XX. Él fue quien hizo la primera investigación arqueológica en Chile, bajo la idea o premisa de construir “una identidad nacional”; fue invitado a nuestro país y descubrió este tipo de momias entre Arica y Pisagua, llamándoles “los aborígenes de Arica”. Desde entonces, han sobresalido por su antigüedad y nivel de momificación, además por estar muy cerca del suelo han aparecido muchas. Particularmente, después de terremotos y maremotos, apareció una gran cantidad de momias.

“Cuando se forma una arqueología más chilena o ‘criolla’, aparece Hans Niemeyer y Virgilio Schiappacasse”, rememora Mauricio Uribe sobre la historia de las investigaciones arqueológicas en el extremo norte. También subraya que se trabajó mucho desde la Universidad de Chile en esta materia, cuya sede en ese entonces se ubicaba en la zona. Uno de los hitos fundamentales fue el hallazgo del sitio de Camarones 14. Posteriormente, se interesaron y sumaron muchos antropólogos físicos además de arqueólogos y antropólogos. Un nombre destacado también en la investigación arqueológica ha sido el de la antropóloga Silvia Quevedo, mujer pionera en este ámbito científico, quien trabajó en diferentes periodos en el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) y también egresada de la Universidad de Chile. Las investigaciones y hallazgos siguen hasta el día de hoy.

Reconocimiento y desafío al mismo tiempo

Sin duda el reciente reconocimiento por parte de la UNESCO a la cultura Chinchorro como Patrimonio de la Humanidad es motivo de alegría, emoción y orgullo, un reconocimiento no sólo a su valor patrimonial, sino que también a “la comunidad científica, Estado y patrimonio cultural del país”, comenta Mauricio Uribe. Complementa diciendo que pese a no tener grandes palacios o pirámides en nuestro país, fue destacado también el valor del territorio y las comunidades locales, algo muy rescatable.

Por otro lado, resalta que este nombramiento hace “enfrentarnos a un tremendo desafío sobre cómo nos hacemos cargo de algo tan frágil como el cuerpo humano reconstruido”. El cómo dar confianza al mundo que se tienen las capacidades para conservarlo es un compromiso importante a nivel de Estado frente a la UNESCO. Además del desafío, significa una gran oportunidad de preservarlas y valorarlas.

“Se ha cometido mucho daño y destrucción porque (las momias) están relativamente cercanas en el desierto, por lo que se requiere generosidad en su cuidado. Esto también implica formar a más especialistas en conservación, proteger los lugares in situ como Camarones 14, así como ampliar y difundir el patrimonio a varios otros lugares que quedan fuera”, comenta.

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