No cabe duda que con la Pandemia muchas actividades cotidianas han seguido su curso gracias a la tecnología y digitalización. Un fenómeno que, en casos como el trabajo, no es nuevo en ciertas áreas específicas, y llegó para quedarse -al menos- mientras se prolongue la situación sociosanitaria a nivel mundial, debido a nuevas cepas como la variante Delta, que es más contagiosa que la cepa inicial del Coronavirus.
¿Se trata de una globalización digital radical en la vida de las personas y que reemplaza la presencialidad? Es una de las preguntas que académicos de la Facultad de Ciencias Sociales intentan responder, desde sus enfoques, líneas y áreas de trabajo como son las relaciones y condiciones laborales o lo que ocurre en la educación universitaria y sus proyecciones en el marco de la virtualidad.
Las “nuevas relaciones laborales” mediadas por la tecnología
Ciertos procesos ligados al trabajo y su tecnologización o digitalización se han intensificado a raíz del teletrabajo en muchas instituciones públicas y privadas, debido a los confinamientos obligados por razones sanitarias. No obstante, Giorgio Boccardo, académico del Depto. de Sociología, explica que la automatización, vía informatización y robotización, son tendencias seculares que se vienen desarrollando desde al menos la década del sesenta del siglo XX.
A partir de la crisis financiera global del 2008, se registran transformaciones caracterizadas por un uso intensivo de robots, informatización de procesos guiados por gestión algorítmica y todo tipo de plataformas digitales. “Todo lo cual facilita la deslocalización productiva y del trabajo, acelera la automatización de ocupaciones y/o tareas, procesos de recalificación laboral (ascendentes y descendentes) y transformaciones de los lugares de trabajo”, rememora. De lo que se trata, es de un "ecosistema de plataformas" guiados por un aprendizaje automático más o menos supervisado que modifica radicalmente las relaciones laborales.
“En este sentido, se despliegan nuevas formas de explotación en el trabajo, un desdibujamiento de las jornadas laborales, y cambios en la relación entre trabajo remunerado, no remunerado y tiempo libre”, comenta, y que solo han podido ser negociados cuando intervienen los sindicatos, otro tipo de fuerzas sociales o existen regulaciones estatales.
El teletrabajo para muchos(as) empleadores(as) y trabajadores(as) ha sido una experiencia nueva de funcionamiento y se ha transformado en la única alternativa para seguir desempeñando las funciones habituales; en algunos casos se han podido realizar de igual manera que antes, mientras que en otros solo de forma parcial por requerir de la presencialidad. Según Giorgio Boccardo, el teletrabajo es un régimen laboral que en principio no es ni mejor ni peor que las modalidades presenciales que se desarrollan en fábricas, faenas u oficinas.
Lo que si hay que considerar es que “el trabajo a distancia, mediado por dispositivos tecnológicos, implica cambios en las relaciones laborales, en la posibilidad de transformar los hogares u otro espacio en un lugar de trabajo adecuado ergonómicamente, así como modalidades que impliquen mayor autonomía y una reducción de las jerarquías laborales”, señala. Durante la pandemia, lo que se ha visto en el país son, a su juicio, intentos de reproducir el lugar de trabajo tradicional en casa, sin una modificación sustantiva en las relaciones laborales.
El otro lado del trabajo telemático
Potencialmente, el teletrabajo reduce los tiempos de desplazamiento y ajusta mejor la jornada laboral con el resto del tiempo vital, lo que implica un mejoramiento en la calidad de vida de las personas. Sin embargo, Giorgio comenta que las modalidades de teletrabajo mal implementadas pueden aumentar y difuminar la jornada laboral, además de generar problemas de salud y mayores brechas de género.
“De hecho, lo que hemos observado en Chile en los últimos dos años es que en modalidades de teletrabajo se deteriora la salud mental y reproducen relaciones laborales de género: por lo general, mientras los hombres realizan su jornada laboral regular en sus hogares, las mujeres deben combinar su trabajo remunerado con el trabajo de cuidados no remunerado de una forma mucho más intensa (sobre todo, considerando el cierre de los establecimientos educacionales y de cuidados en general)”, desglosa Boccardo.
El teletrabajo es parte de una transformación del trabajo mucho más profunda que solo tiene sentido para las empresas -en términos productivos- si se combina con gestión algorítmica y plataformas digitales. Para ello, “se deben cumplir al menos tres requisitos: fuerza de trabajo calificada, un gran volumen de datos acumulado y la digitalización de la mayor cantidad de recursos posibles de la empresa. En este sentido, automatizar ocupaciones y tareas, así como implementar formas de teletrabajo efectivas, son relativamente costosas”, detalla el sociólogo.
Al respecto, lo que se proyecta son dos trayectorias de teletrabajo: la primera, propia de empresas de gran tamaño y personal calificado, donde es posible incorporar estas tecnologías, formatos híbridos de carácter voluntario y formas de conciliar esta actividad con el resto de la vida social. Una segunda trayectoria, por otro lado, en la cual se contrata fuerza laboral poco calificada en que se acentúan los mecanismos de control tecnológico, se profundiza el desdibujamiento de la jornada y se intensifican las relaciones de género. “Ambos fenómenos están ocurriendo en Chile y pueden llegar a afectar entre el 20 y 30% de la fuerza de trabajo”, indica.
No hay que olvidar que nuestro país ya lleva, al menos, una década de transformaciones como las ya mencionadas, especialmente en empresas de gran tamaño dentro del sector minero, el retail, la banca y otro tipo de servicios, por lo que la Pandemia vino a acelerar tendencias que durante los últimos dos años se han consolidado, al punto de afectar las subjetividades laborales tradicionales, las formas de acción sindical y “el modo en que nos relacionamos cotidianamente en el lugar de trabajo”, describe.
Para Boccardo, resulta difícil advertir las consecuencias que tendrán todas estas transformaciones, pero de momento han terminado por desdibujar las subjetividades laborales configuradas en un modelo de relaciones laborales chileno marcado por la flexibilidad laboral y las relaciones de género. De hecho, “en los últimos años hemos visto cómo irrumpen nuevas subjetividades y formas de organización laboral, y cómo el movimiento feminista lucha por el reconocimiento del trabajo de cuidados no remunerado y las profundas desigualdades de género que existen en el trabajo remunerado”.
En este sentido, será clave a su juicio, el rol que desempeñen las organizaciones del trabajo, así como su capacidad de reinventarse, de ser capaces de organizar y que se reconozcan todas las formas de trabajo. En definitiva, piensa que la Pandemia y la revuelta social abren una nueva Cuestión Social en Chile y el mundo, que vuelven a colocar al trabajo -en un sentido amplio- en el centro de la producción y reproducción de la vida social.
Aulas virtuales universitarias y sus desafíos
La educación universitaria y en general el sistema educativo también se ha visto obligado a cambiar y pasar de lleno a la virtualidad. Al respecto, Andrea Greibe, académica del Depto. de Sociología, relata que hay varios desafíos pedagógicos que comenzaron a hacerse presentes con la digitalización docente. El primero de ellos es que esta transformación ha visibilizado las desigualdades -ya existentes en el sistema de educación superior-, tanto a nivel institucional como las desigualdades entre estudiantes de distintas universidades. Por tanto, los modos en que se han enfrentado los procesos de digitalización han sido disímiles de acuerdo a las características institucionales y personales.
A modo de ejemplo, describe que hay instituciones educacionales con mayores recursos que han podido implementar programas de capacitación o softwares más avanzados. Sin embargo, existen otras instituciones con menores recursos donde esos procesos se han visto limitados. Dentro de la misma Universidad de Chile ha sido heterogéneo el cómo han funcionado esos procesos entre sus facultades, por su diferencia de recursos.
“Pero quizás lo que más se evidencia cuando las instituciones son relativamente débiles, es cuando las desigualdades individuales juegan un papel importante y eso es crítico cuando queda reflejado en el acceso a internet, a equipos y posibilidades de conectarse. También, de manera muy relevante expresa los desafíos de la docencia remota de emergencia y su forma de llevarla a cabo, la cual ha significado un desdibujamiento entre el ámbito privado y el ámbito público. Esta situación nos lleva a que la universidad se traslada al ámbito privado del hogar”, comenta.
La “intromisión” de la universidad a los hogares de los(as) estudiantes, hace brotar tensiones en decisiones muy básicas. Por ejemplo, “encender la cámara y mostrar tu espacio supone una intromisión no debida o no deseada por compañeres y profesores; ahí hemos visto estrategias distintas y -donde en algunos casos- se ha usado la cámara apagada en las clases como un modo de establecer y limitar la privacidad, siendo que muchas veces es vista como una desafección hacia la clase”, explica Greibe.
Los cambios, por tanto, no son solo en términos del uso de las tecnologías sino que son cambios que también han problematizado las formas de ser estudiante y profesor(a) en este contexto. “Cómo nos presentamos a los demás y el contexto de aula se transforma con la virtualidad”, aclara.
Esta situación “nos ha llevado y obligado a reflexionar sobre los aprendizajes, cuáles son los fundamentales y cómo se desarrollan. El mayor costo, diría que está en todo aquello que no es propiamente cognitivo, pero que son aspectos centrales en la formación universitaria. Asistir a las instituciones para formarse como profesionales no solo tiene que ver con querer adquirir destrezas, sino que con vivir experiencias e integrar una comunidad académica, y ser parte de contextos diversos al conocer a otros(as) compañeros(as), a diferencia del sistema escolar chileno que es muy segregado”, especifica.
Lo que se aprende en los pasillos, las relaciones interpersonales, los traslados por las comunas y ciudades se han visto muy restringidos. Ejemplo de ello es que hay estudiantes de regiones que cursan segundo año y aún no han tenido o podido desplazarse al lugar donde se imparte la carrera universitaria que escogieron. “Eso, indudablemente, va a generar costos en sus aprendizajes que son muy complejos y son más difíciles de resolver, incluso, que los contenidos propiamente tales. Un desafío crucial es cómo retomar la vida y experiencia universitaria”, aclara.
Andrea Greibe piensa que una alternativa es repensar hasta qué punto es bueno tener o retomar clases expositivas; repensar también cuál es el sentido de lo presencial y aprovechar el espacio de aula presencial como lugar de debate, creación y de elaboración de propuestas, y esto combinarlo con recursos audiovisuales (como cápsulas de video y otros tecnológicos) que permiten la difusión de contenidos. Recalca la necesidad de contar con espacios de participación y discusión como parte de la docencia presencial, pues son difíciles de sustituir.