Pandemia del Coronavirus y sus repercusiones en las manifestaciones culturales

Coronavirus y sus repercusiones en las manifestaciones culturales

Alrededor del mundo, la pandemia del Coronavirus ha hecho replantear y pensar nuevas formas y caminos de desarrollo personal, social y profesional, planteando retos para quienes, por ejemplo, ejercen la investigación académica o se desenvuelven en el sector cultural y artístico, aquel que tanto contribuye y enriquece la vida cotidiana de las personas en todos sus estratos socioeconómicos, credos, edades y culturas.

La Facultad de Ciencias Sociales junto a la Universidad de Costa Rica e Instituto de Investigaciones Sociales se han querido hacer parte de estas reflexiones a través del Seminario virtual "Navegar es Preciso, el sector cultural en tiempos de Coronavirus (miradas latinoamericanas)", que comenzó el pasado 29 de Abril de 2020 y continuará desarrollándose el resto del año.

Entre sus organizadores y participantes destacan nuestra académica del Depto. de Sociología y directora de Investigación y Publicaciones, Marisol Facuse, y el doctor Sergio Villena Fiengo, director Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la Universidad de Costa Rica (UCR), quien profundiza sobre cómo la ciudadanía se ha favorecido con una mayor promoción, circulación y difusión gratuita del arte mediante plataformas digitales, el estado actual del arte en sus país y cómo ha afectado a los artistas esta crisis socio-sanitaria.

-A su juicio, en el actual contexto ¿cuál es o debería ser el rol del arte y su impacto en la sociedad en tiempos de crisis?

El arte puede cumplir distintos roles en esta emergencia, entendida esta como un acontecimiento que pone en entredicho la vida “como era hasta ahora” y nos enfrenta cara a cara con la incertidumbre, cuando no con el sinsentido y la anomia. En una dimensión cognitiva, el arte –tanto el acervo existente como las nuevas creaciones– puede contribuir a generar conocimiento sensible –a sentipensar– sobre este evento inédito en la historia contemporánea, para el cual aún no existen respuestas y quizás tampoco preguntas suficientemente certeras.

Por ejemplo, "La peste" de Albert Camus –entre otros relatos– se ha convertido en una novela de referencia; a la vez, emerge creación nueva que trata, literal o alegóricamente, sobre los múltiples aspectos de la crisis actual. Un ejemplo interesante es el Festival de danza virtual creado por la asociación costarricense ANATRADANZA, en el cual coreógrafos y bailarines salen de los espacios escénicos tradicionales, e incluso alternativos, utilizando su espacio doméstico y la plataforma virtual, para proponer desde la danza “reflexiones” sobre el presente.

Asimismo, el arte nos ofrece herramientas para sobrellevar el confinamiento en el que estamos inmersos, proveyendo entretenimiento educativo y creativo. Ayuda a descargar tensiones, a hacer catarsis emocional y en la labor de duelo que probablemente tendremos que realizar a nivel individual, familiar y comunitario. También puede alimentar nuestra imaginación y empatía para explorar nuevas formas de estar y hacer, individuales o colectivas, para enfrentar los múltiples desafíos que nos plantea esta crisis, así como lo que vendrá en el “día después”.

En cierto sentido y en los márgenes de la desigualdad social, esta crisis puede una oportunidad para prescindir de los placeres frívolos que nos ha impuesto la sociedad del consumo y del espectáculo, y para explorar -con quienes compartimos el encierro (por ejemplo, con nuestros hijos e hijas), física o virtualmente- otros placeres, desarrollar otras habilidades, explorar y construir vínculos más gratificantes. El arte nos hacer sentir, con nuestros diversos sentidos, que “otro (fin del) mundo es posible” también en estas circunstancias.

-¿En qué planos o dimensiones ha afectado la emergencia sanitaria al sector cultural en su país?

En Costa Rica, las medidas implementadas por el gobierno para “aplanar la curva” de contagios se han concentrado en imponer la “distancia social”, principalmente mediante restricciones de movilidad (incluido el corte de flujos transfronterizos), cierre de espacios públicos (entre ellos centros educativos, teatros, cines, museos y salas de concierto, pero también bares, salones de baile, parques urbanos, parques naturales y sitios patrimoniales, arqueológicos o históricos), cancelación de actividades “masivas” (incluidas festivales, ferias, fiestas populares y otras actividades comunitarias) y estímulos al trabajo remoto.

Por consiguiente, han dejado de operar los diversos canales de mediación/circulación artísticas y culturales, introduciendo un hiato entre los productores y sus públicos, tanto nacionales como internacionales (recordemos que Costa Rica es un destino turístico de primer orden), afectando negativamente el desarrollo habitual de las actividades artísticas y culturales.

En el caso de las artes escénicas como la música y el teatro, se han suspendido funciones, presentaciones y conciertos. También se han cancelado los festivales (de cine y de las artes, por ejemplo), lo mismo que las ferias (del libro, de artes, de artesanías…) y se han cerrado temporalmente los espacios de exhibición y venta de artes visuales. Desde luego, se han cancelado también las giras y los intercambios, nacionales e internacionales, así como las lecciones y actividades de formación artística en academias y escuelas de arte, salvo aquellas que, con muchas dificultades, se han ido “virtualizando”. Asimismo, se han interrumpido los ensayos y reuniones de colectivos artísticos.

Dichas medidas sanitarias, no solo paralizan las actividades artísticas y separan a creadores y público, sino que está teniendo importantes repercusiones sociales sobre los y las trabajadores del arte, pues ha privado de ingresos a muchos artistas, trabajadores conexos y gestores culturales, gran parte de los cuales trabajan de forma independiente en condiciones con frecuencia precarias. De igual manera, ha privado de ingresos a muchas instituciones culturales, sobre todo a aquellas que se mantenían principalmente gracias a las visitaciones, lo cual probablemente implique dificultades al momento de su reapertura en el “día después”. Lo mismo puede decirse de los sitios patrimoniales, que enfrentan dificultades económicas y sanitarias para continuar sus labores de acopio, preservación y exhibición.

Finalmente, por el lado de la recepción, el público se ha visto privado de acceso a los bienes y servicios culturales, lo que ciertamente afecta más a las personas asiduas y “omnívoras” culturales. Hay una suerte de paradoja en esto, ya que por la cuarentena algunas personas disponen de más tiempo (obviamente, esto tiene muchos matices y no es generalizable) y quizás cierta apetencia cultural incrementada, pero a la vez enfrenta a restricciones para participar en actividades artísticas presenciales, lo que ha implicado que migren o concentren su consumo cultural a lo que estuviera disponible en la red.

-Un fenómeno que ha sido muy destacado y viralizado en los medios ha sido la cuestión de la gratuidad del arte a través de Internet. Al respecto, ¿qué beneficios y perjuicios ha traído para los artistas, en primer lugar, y por otro lado para el público?

Sí, ese ha sido un fenómeno en casi todas partes. Hemos visto a artistas migrando su producción y obra a la red, “subiendo” archivos de texto, fotografías, audio y video, pero también experimentación con nuevas formas de producción “virtualizada”, lo cual ha dado lugar también nuevas formas de colaboración y “economía de la amistad” entre artistas, incluso en escala internacional.

En la mayor parte de los casos, esta migración -que implica una apertura a un público ampliado- se ha realizado –como lo destacó la profesora Marisol Facuse en un primer foro que organizamos conjuntamente sobre el tema– como una “economía del don”, como un acto solidario y generoso de los y las artistas con la sociedad como un todo.

El beneficio de acudir a este otro canal de mediación y circulación es mutuo, ya que permite de alguna manera sortear el hiato al que me refería antes, estableciendo una conexión (virtual) entre productores y públicos, así como reconstituyendo el vínculo entre los propios creadores, gestores y mediadores (a los que se suman ahora, como nuevos protagonistas, técnicos informáticos).

-¿Quién termina por costearla, son los mismos artistas?

Existen dificultades en términos de sostenibilidad de la oferta virtualizada, ya que los y las productores culturales son trabajadores de las artes que viven –muchas veces precariamente, como ya lo señalé– de ese trabajo, por lo que el funcionamiento de esa “economía del don” requiere una reciprocidad de parte del público, no sólo en términos simbólicos o afectivos, sino también monetarios.

La responsabilidad por mantener esa oferta cultural debe también ser asumida por las instituciones públicas, tanto centrales como locales, que deben implementar planes de contingencia y políticas a corto, mediano y largo plazo, dotando de condiciones materiales como fondos y becas para la “migración” y la creación virtual, así como para asegurar la circulación ampliada y democrática de esa producción, pero también para garantizar los derechos patrimoniales y conexos de los y las creadores.

-En este sentido, se ¿produce efectivamente una Democratización cultural?, ¿qué le parece el desarrollo de este fenómeno a nivel global?

La “virtualización” de las artes y la cultura es un fenómeno complejo, cuyo alcance aún está por verse. Ciertamente, por las propias características de la red, la circulación se amplia e internacionaliza, como en su momento ocurrió con la radio, por ejemplo, aunque en una escala y con una densidad mucho mayor. Desde una perspectiva “integrada” (refiero aquí al famoso libro de Umberto Eco), eso puede ponderarse como un paso en la “democratización” de la cultura, en términos de la ampliación de públicos que potencialmente pueden acceder. Sin embargo, desde una perspectiva “apocalíptica”, habría que atenuar ese optimismo, debido tanto a cuestiones de conectividad (estamos lejos de la conectividad y acceso global), como a la disponibilidad de capital cultural de ese público (por ejemplo, las barreras lingüísticas).

Por otro lado, tampoco todos los creadores disponen de los mismos recursos técnicos y económicos para virtualizar su producción, así como tampoco todas las artes son virtualizables o requieren un periodo de ajuste a los nuevos medios, así como a los nuevos públicos y a las nuevas formas de recepción, temas fundamentales para los pesimistas culturales de la Escuela de Frankfurt.

Además, con la nueva normalidad proxémica que impone la pandemia, mucha de la infraestructura cultural, construida para una “normalidad” en la que la presencialidad era fundamental, podría quedar incluso cuando llegue el “día después”, olvidada y desprotegida; por ejemplo, en el caso de la literatura, cuyo medio de circulación (el libro) es en principio ampliamente “virtualizable” se profundiza una tendencia previa, cual es la agonía de las librerías –algunas de ellas míticas, como City Lights Books en San Francisco– que ofrecen impresos en papel, a la vez que se verifica el crecimiento exponencial de los grandes distribuidores de libros electrónicos, como Amazon, uno de los grandes ganadores económicos de esta crisis.

-¿De qué manera han contribuido las nuevas plataformas digitales en la difusión, extensión y conocimiento del arte en las sociedades?

Las NTIC (Nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación) son herramientas extraordinarias, como ya lo señalé antes, que están recibiendo un impulso sin precedentes en esta crisis, jugando un papel fundamental en la reinvención de la vida y los arreglos institucionales en sus múltiples dimensiones.

Pese a las críticas justificadas que se pueden hacer desde una perspectiva “apocalíptica”, constituyen un recurso potente que puede ser utilizado y apropiado por los creadores, gestores y formadores culturales. Ahora bien, actualmente hay una multiplicación exponencial de la oferta artística y educativa en la plataforma virtual, a la vez que se presentan crecientes desafíos para realizar una selección y recepción razonada de esa oferta. En el campo de las artes hace unas décadas se dio una discusión sobre el papel de la crítica y del denominado “canon”, que adquiere una nueva relevancia en relación con este proceso de virtualización ¿Cómo hacemos para no naufragar en este océano de información en expansión constante y en gran parte descontrolada? Ciertamente, no se trata de establecer mecanismos de censura ni de diseñar nuevos “ratings” u otros mecanismos para medir popularidad y rentabilidad, pero sí de conformar o fortalecer una esfera pública, dialógica, diversa e inclusiva, no con el fin de imponer nuevos cánones “universales” o cosas por el estilo, pero sí para enriquecer y democratizar las competencias culturales necesarias para una recepción profunda de la producción disponible.

-Permanentemente, gobiernos como el nuestro o el de Estados Unidos manifiestan su preocupación por el decrecimiento económico a causa de la Pandemia, pero ¿qué ocurre con otros sectores de la sociedad como la cultura que opera con una lógica distinta a la económica?

Uno de los efectos positivos de esta emergencia es que está estimulando la organización gremial y la movilización colectiva de los y las trabajadores de la cultura. El modelo neoliberal que imperaba en la “vieja normalidad” estaba imponiendo pautas de mercado también en el mundo de las artes y la cultura, estimulando la fragmentación y la competencia darwinista, así como la mercantilización del trabajo y de los bienes y servicios culturales, valorando más su rentabilidad que su calidad artística o su aporte cultural.

Esta crisis pone de nuevo en relieve lo que, en el marco de las guerras comerciales de hace un par de décadas, se llamó la “excepcionalidad” de la cultura, que en lo básico plantea que la cultura no es un bien mercantilizable como cualquier otro, sino que tiene un valor y una especificidad que no puede obviarse. De ahí se desprende la concepción de la cultura como un “derecho humano”, que debe ser protegido y provisto por el Estado.

Precisamente, eso es lo que los y las trabajadores de la cultura están defendiendo en la actualidad, participando en el debate público y en las negociaciones con las instituciones que están gestionando la crisis y diseñando –si se permite el término– la “nueva normalidad”, para que se garantice ese derecho y se contemple la especificidad de la cultura y de las formas de trabajar y contribuir a la sociedad que desarrollan los trabajadores de la cultura.

Esa movilización ha encontrado cierto eco y acompañamiento en distintos ámbitos, como los organismos internacionales (por ejemplo, la UNESCO está realizando un conjunto de actividades denominadas ResiliArt), los gobiernos centrales y locales, las universidades y las mismas comunidades. En ese marco, el ciclo de foros que estamos organizando con la profesora Marisol Facuse, con el título de “Navegar es preciso. El sector cultural en tiempos de corononavirus (Miradas latinoamericanas)” tiene la modesta pretensión de contribuir a ese debate y búsqueda, convocando a un conjunto de colegas académicos especialistas de diversos países, para que intercambien información y reflexionen colectivamente.

-¿Cómo piensa que cambiarán los mundos del arte después de esta crisis?

Los y las trabajadores de las artes y la cultura tienen a su favor una enorme capacidad de imaginación, experimentación e invención, que se potencia notablemente en situaciones críticas como la que estamos atravesando. Es fundamental que, como sociedad, comprendamos la importancia de esa capacidad y de los potenciales alcances de su contribución en la búsqueda de formas de ser y estar en el mundo, tanto en el marco de esta emergencia como del nuevo mundo que se está gestando. Desde luego, es también necesario que, como sociedad, aportemos al menos lo mínimo necesario para dotar de bases materiales a los y las trabajadores del arte para continuar realizando esa necesaria labor. De la manera en que se resuelva la incierta ecuación entre pandemia, gestión general de la crisis, accionar creativo del sector cultural y respuesta de la comunidad, dependerá cómo será la reconfiguración futura de los mundos del arte.

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