1. Las catástrofes, los traumatismos, ponen en evidencia condiciones previas, generalmente invisibilizadas. Lo traumático no es sólo el hecho en sí mismo -en este caso una epidemia mundial que acarrea consecuencias catastróficas- sino las posibilidades, o no, de enfrentarlo colectivamente.
2. Los problemas de salud mental no son necesariamente enfermedades. A veces son reacciones normales – ansiedad, miedo, rabia- frente a situaciones adversas que ponen en riesgo la integridad física o psíquica de las personas. Y que deben abordarse no sólo médicamente, sino psicosocialmente.
3. El aislamiento preventivo – cuarentenas- es una exigencia para todo el mundo tendiente a, si no suprimir, al menos inhibir la propagación masiva. Pero acarrea factores estresores importantes, especialmente en condiciones sociales de vulnerabilidad: hacinamiento, doble presencia (cuando uno o más miembros realizan trabajo a distancia); a veces favorece el desencadenamiento de situaciones de violencia preexistentes (por ejemplo, de género), ponen en evidencia condiciones previas de vulnerabilidad psíquica, como trastornos psiquiátricos que requieren atención especializada, farmacológica y psicoterapéuticamente (considerar atención médica a distancia, recetas electrónicas, servicios psicoterapéuticos en red).
4. En adultos mayores, se redobla su condición de aislamiento, no sólo física sino psicosocial, que los afecta cotidianamente incluso antes de la “crisis”. Es necesario mantener un contacto periódico, a distancia, pero afectivamente presente. El vínculo intergeneracional es fundamental.
5. Los niños y niñas enfrentan condiciones de excepción que obligan a sus cuidadores y cuidadoras a desarrollar iniciativas cotidianas de apoyo, evitar una exposición permanente a pantallas, buscar actividades físicas y de juego y trabajo, simples y en un ritmo cotidiano, pero no excesivo. Exigencias excesivas a distancia –saturación de guías de estudio, por ejemplo– afectan la experiencia subjetiva de niños y niñas, especialmente en condiciones relacionales que afectan también a sus vínculos más próximos. Las reuniones escolares con niños y niñas realizadas a distancia deben programarse en grupos reducidos, evitando saturar la comunicación grupal.
6. Los vínculos a distancia a través de redes sociales – grupos de WhatsApp, Facebook, Instagram, etc.- son herramientas útiles para mantener una comunicación que fortalezca los lazos de apoyo o de información, pero una sobrecarga puede ser un factor de estrés adicional. En ese sentido los empleadores, profesores, etc., deben mantener una actitud responsable que no implique sobrecarga de exigencias en condiciones ya suficientemente estresantes durante la crisis.
7. “Atender” los problemas de salud mental de las personas no es sólo una responsabilidad de profesionales capacitados/as para hacerlo. Es cierto, un sistema de salud público debería entregar esos servicios (cosa que es muy limitada considerando la inversión del Estado en programas de salud mental en nuestro país, como muchas otras necesidades que quedan sin abordar, porque lo privado impera sobre la salud pública), pero no hay curas milagrosas y los propios profesionales de la salud mental deben cuidarse de ser exigidos de un modo excesivo y promover acciones preventivas. El problema de la salud mental no es sino parte de una cadena de espacios relacionales (sociales, económicos, culturales, políticos) que deben ser abordados integralmente.
8. Los problemas de salud mental no hacen más que poner en evidencia otras condiciones: desempleo, precariedad laboral, pensiones de miseria, servicios públicos insuficientes porque el “modelo” privilegia a la empresa privada, violencia de género, maltrato infantil, entre muchas otras. Por lo tanto, es preciso des patologizar el problema y conducirlo hacia instancias políticas: asegurar el salario de las personas cuando sobreviene una crisis económica, también el acceso a servicios básicos, generar fondos solidarios, exigir a las empresas costear con sus recursos acumulados el acceso a condiciones básicas de sobrevivencia, difundir propuestas preventivas y comunitarias, no sólo asistenciales.
9. La confianza es un factor protector, que se ve amenazado cuando sobrevienen catástrofes como ésta, y desencadena a veces una percepción persecutoria y amenazante, en parte real y en parte no. La paranoia es una de las peores reacciones frente a la crisis, alimenta verdades reveladas que no le hacen bien a nadie. El fanatismo es un mal que hay que evitar. Hay que asumir la responsabilidad de cada cual, sin dejar de exigir lo que es exigible: condiciones de salud provistas por instancias públicas, incidir en que nuestros próximos y nosotros mismos seamos factores de salud y de esperanza, y no de amenaza o daño.
10. De la salud mental tenemos que hacernos cargo todos y todas y, exigir las condiciones políticas para su abordaje comunitario. Con recursos, evidentemente (léase: Ministerios de salud, de Educación, del Trabajo, en fin).
11. A nivel de la Universidad, es necesario considerar el problema de la salud mental de un modo complejo (integrando diversas dimensiones, no sólo asistenciales o de apoyo virtual que puede saturar los escasos recursos profesionales para hacerlo), pero también con una cierta simplicidad (la simplicidad del abordaje y la complejidad del problema muchas veces van juntas). Las experiencias locales desarrolladas en las Unidades académicas (DAE, etc.) pueden y deben servir de base para abordajes eficientes, pero sin desconocer que el problema de la salud mental no es responsabilidad única de los profesionales a cargo de enfrentarlas.