La memoria del feminismo, más allá de la efeméride

La memoria del feminismo, más allá de la efeméride

El 8 de marzo como signo de “feminismo”, ha tomado este año una particular notoriedad: si en otros el retail lo aprovechó para vender y tener una semana de “la mujer”, y las tiendas de flores han incrementado sus ventas con quienes a través de una rosa o un ramo han decidido agasajarlas, hoy son los líderes de opinión, los partidos y las autoridades de turno quienes han encontrado una excelente ocasión para congraciarse con los nuevos tiempos y sacar réditos de todo tipo.

Desde la mirada del vaso medio lleno, sin duda es un avance cultural que esta conmemoración se enfrente con atisbos de política e intente recoger algunas de las demandas que las mujeres y sus movimientos exigen; pero desde otra óptica, también observamos un proceso de vaciamiento de su significado histórico, que corre el riesgo de transformar al 8 de marzo y al feminismo en simples espectáculos publicitarios, en los cuales subidos a diversos caballitos de batalla cabalgan el poder y los micropoderes.

Sin ir más lejos Carlos Peña que, durante la emergencia de los movimientos feministas del año 2018 habló del “contagio feminista” (algo así como un virus que infectaba a las personas o que en el mejor de los casos se aprendía por osmosis), en esta ocasión nuevamente -parapetado en su atrio dominical-construye una visión maniquea y caricaturesca del feminismo de derecha e izquierda. El primero ligado a la agencia como motor de cambio y el segundo abocado a rupturas estructurales desde la abstracción del paper académico.

Desde el gobierno, Cecilia Morel habla de reconocer a las “mujeres de la patria” con un monumento, mientras que un par de ministras buscan diferenciar el “feminismo de la huelga” del que propicia el “orden”, y los medios de comunicación, en tanto -representados por rostros femeninos emblemáticos del periodismo televisivo- instalan una plataforma para contribuir a un “hito”: el del 8M devenido en “noticia”.

Más que de forma, estas disputas son sobre todo políticas y por ello teóricas. Desatender, a propósito, la historia del pensamiento y movimiento feminista, su contundencia política y su importancia para los procesos de transformación social son parte de esta operación de vaciamiento.

Hoy, todos(as) parecen movilizarse en torno a una efeméride cuyo significante es distinto de acuerdo a los intereses de cada quién, y es que el feminismo, se dice, no le pertenece a nadie. Sin embargo, sabemos que posee una genealogía que –permanentemente- ha conjugado acción, teoría, reflexión y una exploración de la sociedad para evidenciar los nudos problemáticos de la vida en común desde el punto de vista de la igualdad y equidad de género.

Desde sus inicios, pero sobre todo desde la década de los 60 han habido múltiples modos de modular y actuar feministas, lo plural es una de las características del movimiento y se puede hablar de feminismos indígenas, de afrodescendientes, lésbicos, de clase, entre otros que difieren en la forma en que conceptualizan las desigualdades de género y, por tanto, generan propuestas de acción y transformación social diferentes, aunque todas apuntan a una misma meta: un cambio cultural radical.

Lo plural, los feminismos, desde nuestro punto de vista, se anidan al interior de un sistema de pensamiento que ha tenido como horizonte, desde sus albores, la transformación profunda de las relaciones sociales de género como base de las desigualdades de la organización social. Desde esa arquitectura argumental, no se trata solo de agencia o estructura (derecha o izquierda), sino de múltiples estrategias que deben ayudar a deconstruir y releer los significados y valores atribuidos a las marcas sexuales devenidas en género. Por ello, no se trata solo de “igualar a las mujeres con los hombres”, sino de un cambio que haga posible que la multiplicidad de los rasgos que nos conforman como sujetos (la clase, la etnia y la generación, entre otros) permitan que nuestras posiciones no queden fijadas en el cuerpo, los genitales, las marcas somáticas, superando así la discriminación y la univocidad de las identidades.

El 8 de marzo y el feminismo tienden hoy a convertirse en un festival de discursos, en una suerte de carnaval post moderno, y por eso el conocimiento de la historia del movimiento sufragista, del feminismo y sus modulaciones, así como de las teorías que los sustentan, son necesarias y aportarían más solidez a algo que se puede desvanecer una vez que pase la conmemoración.

Mucho se ha escrito, pensado y actuado en los casi 100 años de luchas feministas. No obstante, un conjunto de tópicos son revisitados actualmente como si se descubrieran por primera vez, como si no hubiera una memoria reflexiva que los sustentara. Por ello, estamos seguras que conocer esa memoria es imperativo en una época en que todo es desechable.

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