Cataluña, incompetencia y populismo ¿algunos aprendizajes para Chile?

Cataluña, incompetencia y populismo ¿algunos aprendizajes para Chile?

Chile es uno de los países más centralizados del mundo, no sólo en términos políticos y económicos sino también sociales y culturales. Las grandes empresas, los sindicatos, las organizaciones estudiantiles, los espectáculos culturales y deportivos, y por supuesto, el poder, se concentran en la capital. En este marco, no es fácil comprender la demanda independentista de Cataluña que cuenta con niveles de autonomía impensables para los territorios chilenos. Entonces, si los contextos históricos, políticos y sociales son tan diferentes ¿es posible obtener algunos aprendizajes aplicables a nuestra realidad?

Nuestra propuesta es que, al menos, podemos obtener dos importantes lecciones. La primera, es que el Estado tiene el deber de generar las condiciones para construir y fortalecer la identificación de todos los ciudadanos con un grupo nacional inclusivo que aglutine las distintas identidades culturales, étnicas y territoriales que lo conforman, por medio del reconocimiento y valoración de las diferencias.

En Chile ya hicimos el esfuerzo, durante mucho tiempo, de pretender que somos un grupo homogéneo, negando intencionadamente nuestras diferencias. Esfuerzo que parece claramente infructuoso cuando prestamos atención a los distintos focos de conflicto que hoy enfrentamos.

La actual situación en La Araucanía, y los movimientos sociales que han surgido en los últimos años en distintos territorios, muestran que cuando la ciudadanía se siente impotente para enfrentar una injusticia o para influenciar decisiones políticas relevantes –ya sea porque el gobierno no les responde o lo hace con represión– es más probable que se recurra a acciones radicales. Y es que cuando la integridad del grupo está bajo amenaza, la tarea grupal más importante es precisamente la defensa del grupo.

El segundo aprendizaje tiene que ver con la relevancia de los liderazgos, especialmente en situaciones de conflicto. España nos impresionaba por su capacidad de integrar un conjunto de pueblos muy disímiles en un proyecto compartido. Al salir de una brutal dictadura fueron capaces de unir sus diferencias para construir un proyecto democrático basado en el respeto a esas diferencias. Sin embargo, ese proyecto parece haber sido olvidado en los últimos días por “tirios y troyanos” y las responsabilidades, sin duda, son compartidas: el gobierno central, por su incapacidad para escuchar y anticipar, y el gobierno autonómico por hacer un aprovechamiento populista de la incompetencia del otro.

Esto presenta una alerta a nuestra propia realidad. La actual crisis de credibilidad y confianza hacia el sistema político, provocando el distanciamiento de las personas respecto de los partidos y parlamentarios, abre la posibilidad al surgimiento de nuevos actores que canalicen las aspiraciones e intereses de la ciudadanía. Esto, en principio, podría parecer una gran oportunidad, pero en el contexto internacional actual no podemos evitar pensar, no sólo en Cataluña, sino también en Estados Unidos, y en cómo la insatisfacción de los estadounidenses con su democracia y su falta de confianza en los partidos políticos tradicionales, generó una situación que hoy tiene preocupado al mundo entero.

Esperamos con los dedos cruzados que en Chile no hayamos llegado aún a ese extremo. Sin embargo, nada nos asegura que no vayamos avanzando en ese camino. Por tanto, el llamado es a que nuestros líderes se tomen en serio su misión fundamental de contribuir en la construcción de ese proyecto colectivo todavía pendiente, basado en la comprensión de nuestra diversidad étnica, cultural y territorial, entendida no como un problema sino como una de nuestras principales riquezas. Ya no es momento para frases célebres y populismo, es el momento de las acciones responsables y consensuadas.

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