Algo esencial invisible a nuestros ojos

Algo esencial invisible a nuestros ojos

El suicido es una experiencia desgarradora pero probablemente nos interpela aún más cuando es un adolescente que comete este acto. Esta semana hemos sido espectadores de cómo el suicidio de un adolescente es parte de portadas de diarios y opiniones radiales que abren interrogantes respeto a qué sabemos sobre la salud mental de nuestros niños, niñas y adolescentes y qué podemos hacer para apoyarlos y contenerlos.

La evidencia disponible señala que la salud mental involucra el bienestar subjetivo, la autonomía, la competencia y el reconocimiento de la habilidad de realizarse intelectual y emocionalmente. Esta puede verse afectada por una compleja interacción de factores biológicos, psicológicos y sociales, traduciéndose en muchos casos en trastornos psicológicos y conductuales.

Pese a que la información sobre salud mental infanto-adolescente es escasa en relación a la población adulta, se puede reflexionar respecto a algunos hallazgos. Existe evidencia suficiente para afirmar que un número sustantivo de adolescentes se ve afectado por problemas de salud mental, visibilizando una problemática poco abordada. Esta ausencia es una considerable carga para los adolescentes: impacta en su funcionamiento escolar y en las relaciones con los pares y familia; elementos centrales para esta etapa del desarrollo.

Las estimaciones internacionales de prevalencia de problemas salud mental en la población infanto-adolescente oscilan entre 10% y 20%. En Chile, aproximadamente el 22% de esta población presenta algún trastorno mental. Pese a ello, la mayoría de los niños, niñas y adolescentes que tienen problemas de salud mental no son atendidos por servicios especializados. Los resultados de las encuestas realizadas en el área de salud mental en aquellos que están escolarizados son un cable a tierra a la realidad: existe una elevada prevalencia de síntomas depresivos, ideación suicida y consumo de sustancias. Los mismos análisis dan cuenta de la existencia de una red de apoyo que actúa de manera moderada ante esos problemas. Una red poco perceptible.

Lo anterior es determinante. Los problemas de salud mental tienen un mal pronóstico, su persistencia los convierte en patologías crónicas. De hecho, la mayoría de los trastornos que afectarían la salud mental en la adultez comenzarían en la infancia o adolescencia; existiendo un alto grado de continuidad entre trastornos psicológicos y conductuales en la niñez, adolescencia y adultez. Estudios conducidos en poblaciones generales y clínicas en distintos países, han mostrado la estabilidad de problemas conductuales y emocionales tempranos, y su valor predictor en perturbaciones posteriores.

Por ello y dado que la mayoría de los niños, niñas y adolescentes permanece gran parte de su tiempo en la escuela, existe consenso en que es el lugar privilegiado para las intervenciones protectoras, compensadoras y reparadoras de la salud mental. Países como Estados Unidos, Australia, Inglaterra, entre otros, han reconocido esta relevancia y han dado prioridad en su agenda a la promoción y prevención de salud en la escuela a través de iniciativas financiadas gubernamentalmente. Realizar promoción y prevención, se traduce en una oportunidad para la intervención temprana y una mayor posibilidad de influir en el desarrollo social y cognitivo de los niños, niñas y adolescentes, especialmente para aquellos que se encuentran en condiciones más desfavorables.

El realizar intervenciones en salud mental tendría una influencia en el comportamiento y en el desempeño actual y futuro de los estudiantes, así como un impacto en la reducción de los costes de tratamiento y de educación a largo plazo. Investigaciones internacionales, han demostrado una relación virtuosa entre las intervenciones de salud mental para niños, niñas y adolescentes y la mejoría en el ámbito académico y psicosocial. Estudios en salud mental escolar en Chile, dan cuenta de resultados similares, destacando que estos programas fortalecen la comunicación entre las familias y la escuela, mejorando el manejo de conflictos al interior de la misma y aumentando el reconocimiento de las capacidades y habilidades de sus estudiantes, profesores y apoderados. De la misma forma, se han encontrado efectos favorables en los niveles de concentración, desempeño escolar y disminución de la disfunción psicosocial. Se evidencia que la intervención temprana reduce costos asociados a instrucción y tratamiento especializado, ya que para educar e intervenir a personas saludables se requiere de menor cantidad de recursos (infraestructura, profesionales, materiales, entre otros) que los requeridos para personas con algún trastorno mental instalado.

Lo anterior permite sostener que trabajar la salud mental escolar tendría un impacto positivo en lo que respecta a desordenes y problemas de salud mental, violencia, acoso escolar y comportamiento pro-social. Además, con los servicios que se prestan en la comunidad para proporcionar un nivel más amplio de atención a los alumnos y sus familias, se disminuye la brecha asistencial, aumentando el acceso y uso de los servicios de salud mental. También a largo plazo se previene la aparición de problemas de salud mental en la adultez, mejorando de esta forma el bienestar de los individuos y aumentando su productividad. En este sentido, invertir en intervenciones preventivas para la infancia y adolescencia arroja un alto rendimiento en términos de alcanzar el máximo potencial de desarrollo de los individuos. Permite dimensionar la relevancia de contar con intervenciones de salud mental en la escuela, pero desafía respecto a cómo realizarlo, labor que tanto educación como salud debiesen asumir articuladamente para que así la tristeza no asedie más a nuestros niños, niñas y adolescentes.

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