La lucha por la igualdad de género desde la psicología clínica

La lucha por la igualdad de género desde la psicología clínica

Al terminar la enseñanza media, en plena dictadura, se interesó por la psicología por ser una profesión humanista con una mirada crítica sobre la convivencia humana. Especialmente en tiempos de dictadura, analizaba y reprochaba las perversiones de la vida social, “con perversiones me refiero a los daños que sufren los lazos de convivencia en situaciones de autoritarismo y violencia, afectando a las personas a largo plazo”, comenta Francisca Pérez (50), psicóloga de la Universidad de Chile.

En 1984 comenzó sus estudios en una intervenida Universidad de Chile en la sede de Amunátegui, una escuela “aislada” e “íntima”, recuerda, y desde el segundo año en “La Placa”, espacios y reductos de tránsito que parecían mostrar el desprecio de las autoridades por estas áreas del conocimiento. Participó activamente de manifestaciones ciudadanas y del movimiento estudiantil. Posteriormente, estudió Magister en Psicología Clínica con mención en Psicoanálisis en la Universidad Diego Portales y Doctorado en Psicopatología Fundamental y Psicoanálisis. Universidad de Paris 7, Francia.

Su trayectoria ha estado dedicada al ejercicio clínico y activismo político contra la violencia de género, siendo una de las socias fundadoras de la Corporación feminista La Morada creada a fines de los 80. Fue responsable del Programa de Salud de dicha corporación, brindando también atención clínica. Hoy, es presidenta de La Morada, dirige el Centro Clínico y es Académica de la Escuela de Psicología de la Universidad Andrés Bello.

-¿Cómo se formó en el feminismo y, más aún, se especializó en la temática de violencia contra las mujeres?

Por una parte, me he dedicado a la violencia de género y, por otra, a la clínica y al psicoanálisis. Diría que mi formación tanto clínica como de género empieza más intuitivamente en la universidad y, sobre todo, a través de iniciativas que los estudiantes impulsábamos.

Respecto del género me formé, sobre todo, trabajando en una institución importante del feminismo como es La Morada, donde se han desarrollado muchas iniciativas. Tuvimos el primer programa de intervención en violencia doméstica que existió en Chile, que después se transformó en el Programa de Salud de la Corporación de Desarrollo de la Mujer, en 1989 aproximadamente.

En ese entonces, no existía normativa al respecto y La Morada ejerció un rol muy activo tanto en el desarrollo de ciertas formas de trabajo con las mujeres como en la difusión y concientización de que la violencia era un problema y no un fenómeno natural, siendo que la violencia hacia las mujeres era bastante naturalizada. También trabajamos mucho políticamente, en coordinación con distintas mujeres lo que permitió que, en algún momento y con posterioridad, en este país se legislara sobre violencia de género.

-A lo largo de su trayectoria ha trabajado constantemente temas de género, atendiendo por ejemplo, en el Programa de Salud de la Corporación de Desarrollo de la Mujer La Morada ¿Qué tipo de luchas y problemas han debido enfrentar las mujeres con las cuales trabaja la institución?

Nos encontramos con los casos de todas las mujeres que estaban dispuestas a consultar o pedir ayuda, siendo el primer gran desafío lograr que las mujeres entendieran su experiencia como algo no-natural, y se atrevieran a dar el paso de enfrentar o denunciar estos problemas, un paso muy arriesgado para ellas. Hace 25 años, vivíamos en una sociedad dañada, traumatizada, atemorizada, frente al ejercicio de la violencia en todos los niveles.

En este contexto, la violencia también es importante comprenderla no solo como un fenómeno particular entre dos personas sino que son relaciones que se inscriben en el marco de culturas autoritarias. Hoy, incluso, aún tenemos una cantidad importante de femicidios que se producen como consecuencia de relaciones violentas de pareja.

- ¿Por qué ha hecho de su trabajo como terapeuta una acción política?

Siempre he estado preocupada por la dimensión política de la vida. En ese sentido, me parece que toda práctica social, incluyendo la clínica, está atravesada por la política de distintas maneras. Eso no quiere decir que a través de la terapia o de la práctica clínica se pueda cambiar una sociedad, cultura o forma de ejercicio del poder. Me parece que la política se transforma con política, por tanto, no defiendo la psicología ni las terapias como maneras de hacer política.

Sin embargo, en las prácticas disciplinares como en este caso la clínica me parece que hay una mirada política que es indisociable y necesaria. Es evidente que la violencia de género persiste en nuestro país. Ha habido un gran esfuerzo por parte de los movimientos feministas y organismos internacionales en disminuir o eliminar esas formas de convivencia agresiva.

Las expresiones de violencia hacia la mujer que existen al interior de la familia siguen existiendo, así como la discriminación en términos económicos, salariales y de ejercicio del poder. Últimamente, con la notoriedad que han tenido ciertos movimientos sociales como el estudiantil, hemos visto como se desarrollan y perduran otras formas de violencia. Entre ellas, las denunciadas por las propias estudiantes cuando han sido objeto de abuso y maltrato, piropos groseros o acoso callejero, expresiones discriminatorias reclamadas por voces emergentes jóvenes.

- ¿Cómo el sexismo merma otros discursos sociales en torno a la igualdad?

Hay diversas formas de discriminación: por razones de género, contra la diversidad sexual o las diferencias étnicas, entre otras. Pero hay también en nuestro país, evidentemente, no solo discriminación sino que mucha desigualdad desde un punto de vista político, económico y cultural. Esos son dos tipos de fenómeno que se articulan e invisivilizan constantemente.

Para distinguir o relevar cuáles son las discriminaciones que nos afectan actualmente como sociedad, es importante tener presente cuáles son las desigualdades o las deudas políticas que tenemos, una de ellas es el respeto hacia la multiculturalidad. Constantemente, los problemas políticos presentes en las relaciones con los pueblos originarios se intentan abordar en un plano cultural, pero no es posible hacerlo solo por esa vía porque, históricamente, han sido problemas políticos. Me parece que es importante contemplar esas dos dimensiones.

Pienso que la discriminación de género convive con un conjunto de otras discriminaciones relativas a la diversidad sexual y étnica, pero convive también con desigualdades políticas bastante estructurales en nuestro país.

-¿De qué manera las ciencias sociales, en general y la psicología, en particular, contribuyen en la discusión de políticas públicas de igualdad entre hombres y mujeres?

Las ciencias sociales, y particularmente desde la psicología, han desarrollado perspectivas importantes para pensar ciertos problemas culturales y sociales de manera crítica. Los problemas de la política y cultura no son problemas del conocimiento sino que relativos al ejercicio del poder. Si tenemos una sociedad que discrimina culturalmente, que tiene desigualdades estructurales no es porque no tengamos el conocimiento suficiente para cambiar las cosas, sino que es más bien porque estamos en situaciones de tensión política que implican negociaciones y voluntades que definen lo que es o no posible.

-¿Cómo podemos discutir y transformar nuestras relaciones cotidianas, especialmente al interior de las familias para abordar el problema de la violencia?

Yo creo que ha habido muchos cambios. Un hecho importante es que tengamos una ley de violencia intrafamiliar y la ley antidiscriminación, lo que significa que en la actualidad no es tan simple, natural ni aceptado que alguien emita un comentario misógino, homofóbico o despectivo sobre ciertos pueblos originarios. Está desnaturalizado. De alguna manera, hay una sanción cultural y eso transforma de manera muy importante la vida cotidiana de cada uno de nosotros.

Como ejerzo la psicología clínica, creo en la posibilidad que tienen los individuos de apropiarse más de su propia vida para tomar decisiones acerca de cómo vivirlas, sin embargo, la vida en comunidad implica necesariamente el establecimiento de un marco que determina los límites y posibilidades de la vida individual. Me parece que sin transformaciones institucionales o estructurales importantes esos cambios tienen un límite.

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