Reflexiones sobre la Contingencia Social desde las Ciencias Sociales

Una guerra muy sucia: supermercados, filas y malestar social

Una guerra muy sucia: supermercados, filas y malestar social

El pasado domingo 20 de octubre el presidente de Chile dijo “estamos en guerra”, ante lo cual muchxs, con desconcierto e indignación, nos preguntamos ¿de qué guerra se trata?, ¿cuáles son los contrincantes? ¿acaso los militares en la calle, la represión policial y las miles de personas con cacerolas y cucharas de palo son la única cara de tal desigual “guerra”? Lamentablemente no. Las estrategias de silenciamiento son muchas, y buscan afectar desde lo más intimo de nuestras vidas. La guerra la ha declarado abiertamente contra “un enemigo poderoso”, y tales dichos esta vez no son una “piñericosa” u otro más de sus lapsus linguae. En el discurso de ayer enunció un cínico “perdón”, pero hay una declaración respecto de la cual no ha dado pie atrás. Siguen las muertes, el horror, la crueldad. Pero también la guerra más silenciosa con la cual buscan desarticular las movilizaciones: la alteración de la vida cotidiana.

¿Cómo es que hace algunos días todo funcionaba con “normalidad” y ahora vemos largas filas para comprar en los supermercados? Ah, claro, es “evidente”, "por los saqueos”, es la primera respuesta, pues decir que hay desabastecimiento por más que sea una reminiscencia de los momentos previos al golpe de Estado del 73’, para muchxs no resulta creíble. Sin embargo, la fórmula del “lumpen”, es la más precisa en las sociedades de control, donde la empresa es “un alma, es etérea” - como dirá Deleuze -, por lo que todo lo que atente contra ella devendrá en máxima moral, repudiable y condenable, cristalizando en la figura del “vándalo” un enemigo perfecto de la “seguridad nacional” y el “orden social”.

En la medida en que se difuminan las fronteras donde opera el poder, de pronto todxs nos convertimos en “vándalos”: muchos “vándalos” endeudados por acceder a estudios superiores, muchos “vándalos” en sillas de ruedas con sus cacerolas pidiendo pensiones dignas, muchos “vándalos”, los más valientes “vándalos” proclamando una única consigna: “evade”. Consigna de malestar, de profunda indignación con la clase política y el empresariado que han evadido ha destajo sus impuestos; esos sí, verdaderos vándalos que han llenado sus bolsillos y que son “castigados” con clases de ética.

En ese discurso bélico, el enemigo somos muchxs que no tenemos más bandera de lucha que exigir mayor equidad y justicia social. Pero no nos dejemos confundir, los disturbios y lamentables situaciones de saqueos, no son asunto específico de la expresión de malestar. Ya lo vimos anteriormente en el terremoto y existirán en diversas situaciones donde el escenario es la caída de las caretas de quienes sostienen el “orden” y la desigualdad social el telón de fondo. Pero que los saqueos a los supermercados sean divulgados como el asunto principal, es inaceptable, y no debemos cansarnos de decirlo. El asunto aquí es el MALESTAR de nuestra sociedad - acumulado por décadas-, su intensificación día tras día luego de los dichos burlescos e indolentes de lxs ministros; de su sordera y violencia sostenida que ahora se torna visible de la manera más descarnada. Respecto la violencia, recordemos que los secundarios ya venían levantando la voz en contra de la violencia policial, pero ¿quién los escuchó?.

Hace algunos minutos me llegó una foto de unos carteles de una cadena de supermercados que dice “Gracias! 70 familias sin trabajo”, “Gracias vecinos, no era necesario tanto destrozo”. He ahí la otra cara de esta supuesta guerra: la responsabilización, la culpabilización uno a uno a quienes se identifiquen con las protestas y estén expresando su malestar. Porque, claro está, no todxs los vecinos participaron en los saqueos, pero en ese texto no se hace distinción: vecinos y “vándalos” son el enemigo, o más exactamente, “ustedes vecinos” son “vándalos” por estar a favor de la revuelta. El castigo: el despido de los trabajadores, también vecinos, y la exhibición de tal hecho, a modo de trofeo, a quienes asisten al supermercado a comprar. Estamos aquí en medio de estrategias de control, de silenciamiento, que operan desde lo más íntimo de nuestras vidas: las formas de afectarnos. Así operan las estrategias desplegadas por los medios de comunicación, por cierto, infundiendo temor y angustia.

Otra estrategia de esta guerra sucia. Todos los días los medios de comunicación han difundido imágenes de largas filas afuera de los supermercados para comprar. Ayer fui a ver qué ocurría en mi barrio con el supermercado más cercano. Efectivamente una larga fila de personas. Había circulado el rumor de que a las 10 am abrirían; varios vecinos habían visto que contrataron un bus para traer a los trabajadores, por lo que como era de esperar, debía abrir sus puertas. Eran pasado las 11:30 y no abrían; muchas personas esperaban pacientemente, otras empezaban a inquietarse. La señora Marcela, de unos 70 años, me decía que creía que estaban jugando con ellos, que querían cansarlos para que el movimiento social empiece a decaer, y bajen sus armas: las cacerolas. Cuánta lucidez y sabiduría de la señora Marcela.

En tiempos donde el neoliberalismo atraviesa lo más profundo de nuestras subjetividades, la incomodidad y la espera puede ser una arma muy útil, pues tensiona cada una de las dimensiones donde opera el individualismo, el imperativo de consumo y de “libertad de elección” tan propagados en las sociedades “democráticas” contemporáneas. Es por eso que el individualismo no debe ser visto meramente como debilitamiento o fragilización del lazo social, pues es el modo en que todxs nos hemos relacionado durante décadas en cada una de las dimensiones de la vida. Quizás ahí esté lo esperanzador de la actual revuelta, no sólo en las transformaciones macrosociales y estructurales urgentes, sino que también, en la posibilidad de desplegar otras maneras de relacionarnos y afectarnos.

Como dice Pierre-Henri Castell el individualismo, y el mandato de “autonomía”, opera como “el factor socializante por excelencia [pues] encarna el cemento paradojal, la norma o la referencia que mantiene unido al colectivo [pero] al mismo tiempo es una fuente de angustia, toda vez que es experimentada por los individuos, uno a uno, como una experiencia difícil de distinguir del aislamiento e, incluso, del abandono”. No obstante, la angustia puede devenir en acción, al ser nombrada, expresada y compartida, por ejemplo, en una fila en un supermercado; al ser leída por el que está al lado, des-centrado de su malestar individual. Esto está ocurriendo ahora, pero no es una “pulsión generacional”, como algunos han dicho, es malestar social, compartido por todas las generaciones, expresado, devenido en síntoma que reclama ser escuchado. La señora Marcela, me contó que estaba esperando porque en ningún negocio había encontrado útiles de aseo personal fundamentales para su madre y su hermano a quienes cuida. Con el grupo de amigos con el que andaba decidimos ir a la vega central, compartimos números de teléfono con la señora Marcela. Compramos lo necesario y fuimos hasta su casa. Ella nos presentó a su familia y nos regaló limones. He ahí nuestras armas.

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(1) Deleuze, Gilles (1990). Post-scriptum sobre las sociedades de control. Traducción del texto francés que apareció en L ‘Autre Joumal No 1, mayo de 1990 y fue reproducido en el libro Qu’est-ce que la philosophie ? Ed. Minuit. París. 1991.

(2)  Castel, Piere-Henri (2016). ¿Freud sin malestar?. En Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha, Esteban Radiszcz Editor. Santiago: Social Ediciones.

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