Reflexiones sobre la Contingencia Social desde las Ciencias Sociales

No estamos en guerra... pero sí en una batalla por los sentidos comunes

No estamos en guerra.. pero sí en una batalla por los sentidos comunes

Han sido días extremadamente difíciles.

Tal vez uno de los asuntos que ha resultado más perturbador de la situación de crisis social y política que vive Chile, es constatar la fragilidad de la democracia liberal. Presenciar cómo en cuestión de días, la principal autoridad del país pasó de hablar de este como un “oasis” en Latinoamérica, a declarar el Estado de Emergencia y a pregonar seguidamente que “estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. La retórica de la Doctrina de Seguridad Nacional, marcada a fuego en la memoria reciente del país, volvía a resonar en nuestras cabezas. Esta vez, sin embargo, la respuesta popular fue inmediata (bajo circunstancias completamente distintas a las dictatoriales, por cierto). Miles seguimos protestando y saliendo a las calles para gritar a viva voz que no… ¡No estamos en guerra!

Quiero enfatizar este punto: la virulencia del discurso autoritario disminuyó solamente gracias a la respuesta inmediata, espontánea y decidida de la población. Esto, me parece, es a la vez un hecho alentador y preocupante. Alentador porque da cuenta de una consciencia política que muchos habíamos venido subestimando en la ciudadanía de nuestro país. La inacción y adormecimiento durante décadas de grandes segmentos sociales nos habían venido convenciendo de que los mecanismos de control ideológico habían penetrado tan eficazmente en el entramado social, que se requeriría de una fuerza política titánica para que las personas impugnaran el modelo chileno y los supuestos ultraconservadores sobre los que se erige.

Es preocupante a la vez, sin embargo, porque da cuenta de cuán sola se encuentra la ciudadanía frente al poder. Las viejas organizaciones partidistas, sindicales y de la sociedad civil, pero también las nuevas, no han tenido capacidad alguna de procesamiento del conflicto. Casi cincuenta años de revolución neoliberal han operado una transformación tortuosa de la sociedad chilena; una de cuyas expresiones políticas más incuestionables es precisamente tal imposibilidad de representación.

En la nueva etapa histórica que casi con seguridad se abrirá en el país luego de esta “revolución de los 30 pesos”, lo que más dudas me merece es precisamente cómo se las arreglará la política para adaptarse al nuevo escenario. Si luego de 2011 la política de los consensos imperante durante las dos décadas anteriores se derrumbó en su inoperancia; si luego del fracaso del reformismo de Bachelet en su segunda administración fueron enterradas en funeral doble tanto la vieja Concertación como la Nueva Mayoría; si luego de haber cambiado la composición del Congreso Nacional los líderes estudiantiles de 2011 y otras figuras entraron a él para, al día de hoy, contar con una legitimidad y representatividad a penas distinta de las antiguas huestes de parlamentarios de la derecha y del “progresismo”… ¿Quién o quiénes podrán dar forma y conducir el poderoso impulso social que hemos presenciado durante estos días?

Es cierto, luego de este estallido el proyecto restaurador de la derecha ha quedado truncado por ahora. Pero eso no es suficiente para revertir un modelo cuya legitimidad se encuentra en las bases sociales y culturales de Chile, no solamente en su élite dirigente. “Mejorar las pensiones”; Sí, pero, ¿dentro de qué sistema? ¿uno de seguridad social o uno de ahorro individual?. “Mejorar el acceso y calidad de la salud”; Sí, pero ¿manteniendo un sistema de salubridad segregado para personas de altos y bajos ingresos, entregado al mercado y sus lógicas rentistas, o fortaleciendo definitivamente la salud pública con ingentes recursos para una cobertura universal y digna?; etcétera.

Aunque no estamos en guerra en sentido real, es cierto que la comprensión gramsciana de la política como un campo de batalla es aplicable a uno de los problemas fundamentales de la actual situación en Chile. La batalla por los sentidos comunes, la batalla ideológica, esa que el neoliberalismo había venido ganando por décadas, al fin ha venido a caer en punto muerto. No obstante, una revuelta popular, un estallido social, por poderoso que sea, no significa que de la noche a la mañana se haya logrado derrotar la filosofía del individualismo ultranza, y sobre todo, del desprestigio de la política como esfera de la vida social que trasciende los espacios institucionales.

Uno de los mayores éxitos de las extremas derechas en Chile fue haber hecho realidad el viejo sueño que unió a nacionalistas, corporativistas y neoliberales durante la dictadura, particularmente en el arreglo constitucional que llegaría hasta nuestros días: aislar a la política de su entramado social, imponiendo a la población chilena (primero por la fuerza, pero sobre todo) por vías culturalmente sofisticadas, que la Política es aquello que hacen “los políticos”. Uno de los desafíos innegables para las fuerzas que busquen canalizar el malestar popular, será abordar decididamente el de ganar la batalla por los sentidos comunes, siendo uno de los principales el sentido mismo de la Política.

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