Hablemos de Incendios

Hablemos de Incendios

Mucho se ha hablado de la mayor tragedia incendiaria en la historia de Chile, lo que es válido al menos para los últimos 80 años, pues cabe recordar la otrora campaña incendiaria de 1870, estimulada por el Estado chileno que tuvo por resultado la quema de cerca de 3 millones de hectáreas de bosque de lenga y coigüe, como parte de la campaña de colonización de la cordillera de la Costa, Collipulli y Traiguén. Posteriormente en Aysén, en la década del 30 del siglo pasado, los pioneros amparados en la Ley de Colonización generaron incendios durante años, que abarcaron enormes superficies, cuya impronta es aún visible en el desolado paisaje de alerces calcinados. Cabe mínimamente hacer un giño a la historia y asumir la trágica trayectoria de incendios forestales de responsabilidad público-privada sobre territorio nacional.

Resulta necesario, entonces, reflexionar sobre la situación actual donde en tan solo una decena de días se han quemado cerca de 400.000 hás -según cifras oficiales- y no se sabe cuántas más se quemarán los próximos días. En su mayoría corresponden a plantaciones forestales, incluyendo algunos centros poblados destruidos y decenas de personas fallecidas, tragedia que merece una lectura profunda. La Asociación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo ha advertido que los monocultivos (de eucaliptus y pino), constituyen un verdadero polvorín forestal.

Son especies exóticas que han reemplazado sistemáticamente la vegetación nativa de la zona centro y sur del país, cuyo desmedido despliegue responde a una expresa política estatal y de financiamiento público, impulsada desde fines de los años 70 por la dictadura militar y continuada por los sucesivos gobiernos hasta la actualidad, amparando el cuestionado pero no modificado Decreto Forestal 701. Este subsidio aparentemente diseñado para pequeños predios forestales, ha sido utilizado constantemente por los grandes grupos económicos que operan la industria forestal en Chile durante los últimos 30 años, alcanzando con ello enormes superficies que han remplazado bosques y praderas naturales. Beneficio expreso para la industria forestal en detrimento de los ecosistemas naturales, que no sólo alteró significativamente la ocupación productiva del territorio, sino también establece patrones de ocupación humana asociada a dicha industria. Ejemplo de ello es el poblado de Santa Olga, destruido su totalidad hace unos días por la extensión desbocada del incendio. Esto responde de manera exclusiva al modelo de ocupación del territorio establecido por la industria forestal con el estímulo del sistema público. Plantaciones y aserraderos seguramente cubiertos por seguros contra incendios; trabajadores y pobladores sin casa ni trabajo, ahora a merced de la beneficencia.

Se dirá que nunca antes se habían incendiado tantas hectáreas de plantaciones y se sospecha de intencionalidades personales o grupales malignas, no obstante, poco se habla de la confluencia de factores antrópicos estructurales que han generado las condiciones suficientes para el desborde incontrolable de las llamas. Poco se menciona la responsabilidad expresa de las empresas que han tensionado las condiciones ambientales de la zona en destrucción. Excesiva biomasa combustible acumulada que se transforma en verdadero polvorín, sumada a condiciones ambientales particulares de temperatura (sobre 30°), sequedad (bajo 30%) y vientos (sobre 30 km/h). Enorme y homogéneo volumen combustible que hace extremadamente difícil su control una vez que el incendio se desata. Por su parte, estas especies de monocultivo de reconocido alto consumo de agua, son a su vez generadoras de esas condiciones de combustibilidad peligrosa, pues colaboran y establecen niveles de sequedad en el ambiente; al mismo tiempo que son altamente resinosas y de combustión rápida, lo que implica que ellas per se, son verdaderos agentes facilitadores del fuego, colaborando en su propagación.

Vulnerabilidad previsible pero no cautelada, develada sólo parcialmente al momento del desastre. Las empresas han hecho lo suyo y el Estado lo propio para acordar un modelo de funcionamiento sin efectivo control. Cabe observar la inexistencia de los reconocidos y recomendables cortafuegos, de la misma manera que cabe observar la escasa mantención de limpieza bajo los tendidos eléctricos que atraviesan las referidas plantaciones. Habiendo suficiente evidencia del riesgo estructural, cabe preguntarse por la inexistencia de sistemas de alerta temprana que debieran ser establecidos, primero, por las propias empresas, y por los organismos estatales, después. Para que hablar de sistemas de prevención y educación ambiental.

Podremos socialmente buscar causales de intencionalidad y posiblemente se castigarán a personas responsables de algunos focos puntuales, a causa de algún acto posible de piromanía, descontrol de quemas de pastizales o microbasurales con agentes combustibles. Razonablemente también se hablará de accidentalidad, como cigarrillos o fogatas mal apagadas, entre tantas otras razones. Buscaremos como sociedad múltiples maneras de sofocarlo, nos aferraremos inútilmente a una improbable eficiencia de súper aviones que sabemos no apagarán el fuego.

Todo eso puede ser parte de la contingencia, pero no podemos como sociedad dejar pasar la oportunidad de ver aquello que nos negamos a reconocer. Vivimos en un territorio altamente combustible por las razones ya expuestas y lo será aún más, pues las tendencias establecidas por los cambios ambientales (climáticos) nos alertan sobre periodos de temperaturas crecientes.

Algunos episodios planetarios lo han demostrado, mega-incendios en Australia, Canadá, Estados Unidos, ahora en Chile. Episodios que nos deben hacer -aunque sea mínimamente- recapacitar, reflexionar y aprender de una vorágine de preeminencia mercantil; enmendar un rumbo irresponsable, adoptar algo más de sabiduría en la toma de decisiones y en la forma que aspiramos habitar este planeta y particularmente este territorio. Tal vez con pocas expectativas para nosotros, pero significativas para las generaciones venideras.

Hablemos de nuestra concepción de la naturaleza, reconozcamos nuestra precaria condición humana, seamos un poco más humildes a la hora de interpretar nuestra irracional supremacía planetaria. Tal vez sea hora de tomar conciencia de la responsabilidad que nos cabe en algunos de los procesos ambientales que nos atormentan. En fin, evidencias de una época de ceguera geológica; los tiempos de un “antropoceno” aún desconocido por nosotros mismos. Ciertamente mal encaminado, con un futuro incierto …. incendios, maleficios epocales que, entre tanto mal, ofrecen al menos una estrecha hendija de conciencia.

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