Debates para una nueva Constitución para el país

La experiencia de envejecer en Chile

La experiencia de envejecer en Chile

Las cifras demográficas relativas al envejecimiento de la población chilena establecen una esperanza de vida de 79 años para los hombres y 83 años para las mujeres, esto según el informe “Estadísticas Mundiales de Salud: Analizando Salud para los Objetivos de Desarrollo Sostenible” entregado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en mayo de este año, siendo Chile el más longevo de Latinoamérica y el segundo de América, tras Canadá. Un fenómeno social, cultural y económico que abre la reflexión sobre cómo enfrentar este nuevo escenario demográfico, social, cultural y económico.

Actualmente, nuestro país enfrenta una serie de discusiones que se vinculan a la calidad de vida, los derechos de los adultos mayores y las significaciones que la vejez tiene en nuestra sociedad. Tal vez la discusión más conocida se refiere a una etapa social llamada “jubilación” y las pensiones asociadas.

El modelo de ahorro individual, muy debatido por no estar estructurado en base a un enfoque de derechos, ha demostrado que en esta etapa de la vida, los(as) chilenos(as) se enfrentan no solo a una disminución de sus ingresos sino que a nuevas y muy dramáticas formas de pobreza.

Se hace entonces necesario que el nuevo pacto social, que Chile construiría con una nueva Constitución, se haga cargo de garantizar una vida digna para las personas mayores, proponiendo nuevos sistemas de ahorro para las pensiones y estableciendo el derecho a una vida digna durante todo el ciclo vital. Esta dignidad debe garantizar las condiciones materiales pero también el reconocimiento a sus vidas y sus experiencias.

Debatir sobre problemas de vejez con y para adultos mayores

Cuando se discuten problemas relativos a la “tercera edad”, se suele ignorar la opinión de los propios adultos mayores, “quienes deben ser entendidos como sujetos de derecho, dejando atrás perspectivas que los infantilizan y solo se relacionan como ellos y ellas como objetos de beneficios sociales”, comenta la académica del Departamento de Psicología, Daniela Thumala.

Producto de la infantilización de los adultos mayores –una práctica sociocultural presente muchas veces, incluso, en las políticas públicas– se pierde de vista el hecho que se tratan de ciudadanos(as) con atribuciones que trascienden el derecho a voto.

“Hay que considerarlos(as) como agentes activos(as) que aportan a la sociedad, lo que significa cambiar la concepción acerca de este sujeto ciudadano. La seguridad social y económica para las personas mayores debiera estipularse de manera explícita en la nueva carta magna”, puntualiza Paulina Osorio, académica del Departamento de Antropología.

Existe un imaginario respecto de la vejez asociado a un periodo donde abunda el tiempo tras décadas de trabajo; las personas pueden por fin disfrutar del acceso al ocio y a la cultura, pero “la experiencia de vejez va más allá del mero problema económico, ya que difícilmente alguien puede insertarse en otros ámbitos como el ocio –disfrutar de una película, taza de café o salidas con amigos(as)– si carece de recursos económicos”, recalca Osorio.

Sobre la valoración social de la vejez, una nueva Constitución debe superar la “gerontofobia” característica de nuestra sociedad. Daniela Thumala acuña para este fenómeno el término “viejismo”, definiéndolo como el conjunto de estereotipos vinculados al envejecimiento.

Se trata de una forma muy sutil de discriminación, de hecho, “ni siquiera nos damos cuenta pero es una de las maneras más fuertes y potentes de discriminación que hay en nuestras sociedades occidentales, en general. Un ejemplo elocuente es cuando los(as) hijos(as) deciden por sus padres y madres, simplemente, porque llegan a una edad avanzada, constituyendo un maltrato”, explica.

El “buen morir”, un debate ignorado

Otra importante arista que falta considerar al momento de discutir sobre mayores derechos para la tercera edad es el concepto del “Buen Morir”, un derecho que según expertos(as) debiera extrapolarse a todas las etapas del ciclo vital.

Hace cuatro años entró en vigencia el concepto del “buen morir” o “muerte digna” como parte de los derechos y deberes de los pacientes para que una persona en estado terminal pueda elegir si continúa o suspende un tratamiento médico. Pero a juicio de la profesora Michele Dufey del Depto. de Psicología falta analizarlo con mayor profundidad y no asociarlo como un proceso restringido únicamente a los adultos mayores.

Así, se produce la correlación entre envejecimiento y muerte como si fuera un proceso al cual las personas no estuviesen enfrentadas permanentemente a lo largo de la vida. “Es ahí donde surge el principal desafío cultural y punto de controversia porque para eso nosotros(as) tenemos que abrirnos a la idea de que la muerte es una posibilidad indisociable de la vida misma”, añade Dufey.

La sociedad debe hacerse cargo del vivir mismo: “Existencialmente, nosotros estamos radicalmente solos y es que nadie puede vivir mi vida por mí. Otro tema importante, al respecto, guarda relación con la angustia a la muerte”, enfatiza. La palabra existencia –etimológicamente– “ex” - “sistire” significa salir fuera de nosotros(as) y eso conlleva a una angustia existencial. “¿Cómo nos hacemos cargo de esta angustia? una manera de hacerlo es negándola”, como ocurre en la actualidad.

Se tiende a negar la dimensión del dolor, sufrimiento o angustia a raíz de situaciones que afectan a las personas. “Una persona que está pasando por un momento altamente angustioso o que tiene una existencia muy angustiosa no es una persona “agradable” de acompañar y lo que hacemos es desperfilar su angustia recomendándole que visite a un profesional. Vivir con la angustia existencial es bastante tormentoso”, describe.

La posibilidad de muerte por cierto que despierta angustia, no obstante, no es integrada al diario vivir de manera naturalizada. Por el contrario, en otras tradiciones provenientes de Oriente se desarrollan sistemas filosóficos milenarios, cuyas formas de pensamiento entienden, culturalmente, la relación dialógica que hay entre vida y muerte. “Entonces, yo creo que ahí se desprende una clave importante que falta por abordar para desarrollar un debate más profundo sobre el “buen morir” y el “buen vivir””, señala.

Según la investigadora, necesitamos reflexionar más sobre nuestros propios procesos de cambio que están ligados a enfrentar “microduelos” o grandes duelos para poder incorporar la dimensión del sufrimiento –sentimiento al cual tanto se le teme– a la cotidianeidad. Para ello, debe haber un cambio de actitud, “porque legislar puede ser relativamente fácil, el papel y las normas dan para mucho; para que eso se vuelva real debe haber un cambio cultural de fondo y tiene que ver con abrirnos al miedo, a la angustia que conlleva el permanente proceso de transformación asociada al vivir”, concluye.

Calidad de vida y reconocimiento social respecto de las personas que se encuentran en una etapa social y vital denominada vejez –considerando también las particularidades de género, territoriales y culturales– es un debate cada vez más importante en nuestro país. Discusión que debe hacerse cargo de la “gerontofobia” reflejada en aspectos como la infantilización, la falta de espacios de participación social más allá de las elecciones, los prejuicios y estereotipos y escasa preocupación por la salud mental.

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