La juventud, una metáfora de la sociedad chilena marcada por el adultocentrismo

La juventud, una metáfora de la sociedad marcada por los adultos

Los estudios sobre juventudes en Chile son recientes, cuya data no supera los 40 años. Desde una mirada “adultocéntrica”, la juventud no sólo ha sido entendida como un sector de transición entre la niñez y adultez, sino que también bajo subordinación de los adultos. Sin embargo, “la comprensión sobre los estudios de juventud tiene que ir vinculada a la emergencia del sujeto joven en la historia”, comenta el Prof. Claudio Duarte, investigador responsable del Proyecto Anillo Juventudes.

En el libro "Juventudes: Metáforas del Chile Contemporáneo" se examinan múltiples perspectivas referentes a los estudios de juventud. “Si observamos la historia reciente de estos 50 años, antes no había jóvenes en todos los sectores sociales chilenos. El modo de organización cultural de la sociedad hacía que las personas pasaran de la niñez a la adultez tanto mujeres como varones, y era la paternidad, en el caso de los hombres y el ingreso al trabajo, lo que marcaba fundamentalmente hacerse adulto, mientras que para las mujeres era la maternidad”, señala Duarte.

Los sujetos jóvenes como tales son bastantes invisibles en los estudios de juventud chilenos hasta fines de los 60, con el trabajo de Armand y Michèle Mattelart. Luego, durante la Unidad Popular, sólo aparece, según el académico del Departamento de Sociología, un “sujeto joven pero aún muy anclado en la dependencia de su clase. Se instala así el imaginario público de un actor que no se le reconocía en la sociedad,sólo en tanto hijos de familias urbano-populares, por lo que las ciencias sociales acuñan el concepto de joven-urbano-popular”.

La imagen de joven se diversifica. En la televisión, particularmente en programas como Música Libre y segmentos de Sábado Gigante, aparecen nuevos modos de ser joven. Un texto que recoge esta transformación con visión crítica a la dictadura militar es el de “Juventud Chilena: razones y subversiones” (1985), escrito -entre otros autores- por el Prof. Manuel Canales del Departamento de Sociología, marcando una época ya que los jóvenes se vieron reflejados en un texto impreso.

Comienza una producción de estudios de juventud, con ellos también una serie de cuestionamientos a las nociones más clásicas y tradicionales sobre juventud, “lo que yo llamaría nociones adultocéntricas provenientes de manuales de psicología o textos de medicina y de la sociología funcionalista”, explica. En los últimos 25 años, “se han ampliado los modos de ser joven: hay jóvenes en todas las clases sociales, en los géneros, en las zonas urbanas y rurales, mestizos e indígenas. Al respecto, desde el año 2000 los estudios de juventud están intentando dar mejor cuenta de aquello con diferentes perspectivas”, añade.

Adultocentrismo en las movilizaciones

El concepto de adultocentrismo ha marcado la sociedad chilena, y que ha llevado a pensar que “los jóvenes valen poco y representan el futuro. Además, son sujetos subordinados al control del mundo adulto. Las ciencias sociales también se tiñen de eso, y es que con frecuencia la conceptualización que se hace, reproduce ese adultocentrismo”, afirma el Prof. Klaudio Duarte.

Esta mirada homogeneizante no hace distinción entre jóvenes, ni tampoco otorga valor a lo que los propios jóvenes producen culturalmente, más bien impone categorías de análisis que se reflejan en el texto “La rebelión de los jóvenes” de Eduardo Valenzuela, el cual “termina siendo una producción ideológica sobre juventud, en tanto refuerza las nociones de dominio”, comenta.

Los casos de represión estudiantil ocurridos recientemente en Valparaíso son una expresión de la adultocéntrica sociedad chilena. “Hay un sector social que como representa el futuro, son vistos como irresponsables, carecen de identidad y son rebeldes, se les puede hacer cualquier cosa. Por eso, hay que estar permanentemente corrigiéndolos. Pero no se corrige con una palabra cariñosa sino que con el golpe. Lo que antes era un coscorrón, ahora es un balazo o un par de balazos en Valparaíso o una lacrimógena en la cara”, sentencia.

Dichos actos, a su juicio, no son aislados sino que son síntomas de una sociedad enferma que hace tiempo viene tratando de esta manera a sus jóvenes y a quienes intentan proponer medidas alternativas a las impuestas por la dictadura. A su vez, “esto hay enmarcarlo en un sistema social que le promete a sus jóvenes que el estudio les traerá éxito, sin embargo, después se le ofrece educación de mala calidad, con una deuda por 20 años, no encuentran un trabajo acorde a lo que estudiaron, ni tampoco una remuneración como la esperada”. Si quieres ser alguien en la vida por esa vía, “tienes que competir y la competencia es a muerte. Es la racionalidad sacrificial que tiene el mercado”, destaca.

Juventudes del futuro

Como parte de los resultados de tres años de investigación, el equipo del proyecto Anillo señala que la juventud es una muy buena metáfora de la sociedad que tenemos, con rasgos muy fuertes y definidos. Se trata de una sociedad altamente desigual, cuyos 40 años han sido de modernizaciones autoritarias, con un sistema educacional que condensa la desigualdad y la reproduce. “Esta sociedad sigue relacionándose con sus jóvenes como futuros productores y consumidores; gente que debe reproducirse desde una perspectiva heterosexual”, complementa Duarte.

Los(as) jóvenes quieren y anhelan estudiar. Aparecen entonces marcadas distinciones de clase, pues hay quienes se ven enfrentados a dificultades de acceso para cursar una carrera profesional, por lo que lo único que les queda es el esfuerzo individual. Quienes egresan de un centro de formación técnica o instituto profesional ven con más incertidumbre su futuro: “Saben que trabajaran en lo que estudiaron y a muchos(as) les gusta lo que estudiaron, pero también están conscientes que les implicará un esfuerzo doble porque saben que no les alcanzará para costear todo lo que quieren”.

Por contraparte, los(as) jóvenes que culminan sus estudios universitarios vislumbran un horizonte más claro; algunos de ellos son ejemplo de la “movilidad social”. “Para los(as) estudiantes provenientes de liceos pobres salir de cuarto medio significa una gran temor, pues sienten la presión de lograr algo sin saber si podrán hacerlo, y es que se miran en el espacio y no poseen las herramientas suficientes a diferencia estudiantes de otros colegio, donde los prepararon para la PSU y que -lo más probable- es que alcanzarán la meta”, compara Duarte.

En este contexto, organismos dedicados a estudios sobre juventudes como el Instituto Nacional de Juventud (INJUV), así como también equipos de investigación, deben plantearse como pregunta central para qué sirve la producción de conocimiento que se genera. “Nosotros planteamos que el conocimiento que se produzca sobre jóvenes debe servirle, fundamentalmente, a los(as) propios jóvenes para comprender aquello que están viviendo, fortalecer sus identidades y para ubicarse como actores en una sociedad”, comenta Duarte.

El INJUV en sus encuestas habla de participación juvenil en política y en otros ámbitos, pero “pienso que no le tomamos el peso a lo que significa hablar de participación. Si nos detenemos y reflexionamos, la participación es hacerse parte. Implica acción: jóvenes informándose, jóvenes debatiendo, tomando decisiones o comprometidos en la acción”.

Ese proceso requiere, a juicio del investigador, de una disposición política por parte de la institucionalidad de concebir a los(as) jóvenes como sujetos que hoy pueden aportar en Chile. “Este análisis social-global hay que introducirlo en el aula universitaria, en el patio y sala de clases del liceo, en clubes deportivos, centros de organización comunitaria y en los medios de comunicación”, argumenta.

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