Dia de la Tierra, entre bolsas biodegradables y la felicidad a través del consumo

Dia de la Tierra, entre bolsas biodegradables y el consumismo

Uno de los elementos distintivos de la actual crisis ambiental global es su magnitud, pues problemas como el cambio climático afectan de una u otra manera a todas las regiones del planeta. Sin embargo, la conflictiva relación entre los seres humanos y su entorno natural tiene raíces históricas muy profundas. Es un hecho demostrado que los problemas ambientales causados total o parcialmente por seres humanos han existido por miles de años. Por ejemplo, las bandas de cazadores recolectores hace más de 10.000 años jugaron un rol importante en la transformación de múltiples ecosistemas a través del uso del fuego y la caza, lo cual en conjunto con cambios climáticos extremos derivaron en la extinción de numerosas especies. También es conocida la historia de civilizaciones antiguas cuyas prácticas condicionaron su capacidad de adaptación a escenarios climáticos inusuales (e.g., mayas) o que simplemente llevaron los ecosistemas donde vivían hasta limites que acabaron con su sustentabilidad (e.g., Rapa Nui). Más contemporáneamente en el siglo XX graves problemas ambientales emergieron no solo de los capitalismos occidentales sino también de los países del bloque socialista. La actual crisis ambiental global no es un problema nuevo en tanto la historia nos muestra una recurrente tendencia en distintas épocas y regiones a generar impactos ambientales negativos y extremos por parte de grupos humanos con distintos grados de desarrollo, diferentes culturas y cosmovisiones.

Para entender la situación actual, ya a fines de los 60, Ehrlich planteó que a la base de los problemas ambientales contemporáneos se encontraban la explosión demográfica, el nivel de consumo y el uso de tecnologías inadecuadas. Si bien su vaticinio de que el planeta colapsaría debido principalmente al primer factor no se ha cumplido, si es claro que estos tres elementos han incrementado significativamente la presión sobre los ecosistemas y al mismo tiempo la vulnerabilidad de muchos grupos humanos, en particular de los más pobres. El constante deterioro ambiental se ha sostenido en una cultura del consumo insaciable que se iguala con calidad de vida en muchos países occidentales y a la cual parecen aspirar las economías emergentes como China o India. No es difícil imaginar el impacto ambiental que tendría la incorporación de un par de billones de consumistas para el planeta.

La cultura del consumo ha sido denunciada por filósofos, ambientalistas, científicos y lideres religiosos. El problema está en que quienes toman decisiones a nivel global no lo hacen. La cultura en que vivimos y el modelo económico no son cuestionados de raíz, como si fuese posible mantener un estilo de vida y una sociedad basados en el consumismo y la extracción indiscriminada de recursos naturales y ser amigos del medio ambiente. Es cierto que se han dado ciertos pasos importantes hacia acuerdos globales, por ejemplo, en relación al cambio climático pero no es claro que eso sea suficiente.

Por otra parte, es innegable que la revolución tecnológica que vivimos a diario ha permitido un acceso a la información como nunca antes en la historia, lo cual posibilita que conozcamos casi instantáneamente de la ocurrencia de eventos climáticos o ambientales extremos en cualquier lugar del planeta. Lo anterior, ha contribuido significativamente ha incrementar la conciencia sobre el medio ambiente a nivel mundial. De hecho, es posible que nunca antes en la historia hayan existido tantas personas preocupadas por el medio ambiente como lo existe hoy. Esto se refleja no solo en la gran cantidad de grupos u organizaciones ambientalistas que existen y se crean cada día sino además en que, en general, las personas están más consientes y preocupadas y en algunos casos atemorizadas por el cambio climático y las noticias que recibimos a diario sobre desastres ambientales.

El problema no es entonces que el planeta y la naturaleza no le importe a nadie, sino que esa conciencia y preocupación no se traduce en cambios radicales y necesarios en nuestras prácticas cotidianas, estilos de vida y finalmente en el tipo de sociedad que hemos construido. Las personas se preocupan por el cambio climático pero a la vez se constituyen en armas de consumo masivo; los supermercados promueven simultáneamente el uso de bolsas biodegradables y el consumo infinito de cosas como medio y fin para alcanzar la felicidad; muchos jóvenes reciclan pero cambian su celular cada seis meses (los más fanáticos); y al mismo tiempo la lista de problemas y conflictos ambientales crece cada día.

En otras palabras se vive en una permanente disociación mental o en un constante conflicto psicológico que deriva en que cada uno hace lo que puede para aliviar su conciencia o contribuir, en la medida de lo posible pero sin cuestionar la sociedad en la que vivimos. Al llegar al punto de la reflexión, aparecen otros monstruos que desincentivan una acción más transformativa, por ejemplo, “si otros no cambian yo tampoco lo haré”, “lo que yo haga da lo mismo si los poderosos no cambian”, “no hay nada que hacer ya es demasiado tarde” o lo más optimistas que piensan que la tecnología del futuro encontrará las soluciones que hoy no vemos por lo cual no es necesario cambiar. Por supuesto que también opera el apego al estilo de vida, la comodidad, el individualismo y la falta de participación política en el lugar donde las personas viven.

Racionalmente, se puede argumentar que las personas y el sistema social-político se comportan como si la naturaleza no importara o al menos no fuese fundamental para la vida de los seres humanos, a menos que sea como depósito de materiales, para vacaciones o para actividades al aire libre. Es como el telón de fondo de la vida humana, un paisaje decorativo que no incide en nuestra vidas. Pero todos sabemos que si incide. La excepción son aquellos grupos que si mantienen una relación cotidiana directa con la naturaleza como los agricultores, pescadores y comunidades indígenas, quienes paradójicamente están en la primera línea de vulnerabilidad ante el cambio climático o cualquier otro problema ambiental que afecte el territorio donde habitan.

Entonces que podemos hacer. Reciclar, el uso eficiente de energía en el hogar, un adecuado manejo del agua, preferir transporte publico son todas acciones necesarias, muy importantes pero no suficientes para abordar la magnitud del desafío ambiental actual. Es necesario repensar el tipo de sociedad en que vivimos y eso incluye la manera en que vamos a adaptarnos a los cambios climáticos inevitables que se avecinan. Sea cual sea la solución la clave es la participación política, el involucramiento activo de individuos y comunidades en el abordaje de estos problemas, discutiendo no solo como implementamos cambios cotidianos sino cuestionando la cultura de consumo dominante y la idea de que la felicidad se compra en el centro comercial. Y esto hay que hacerlo ahora. No le pasemos la pelota a los niños y niñas.

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