La vida cotidiana en las escuelas y establecimientos educacionales muestran muchas tensiones. El modelo escolar más tradicional insiste en la imposición de normas y en el disciplinamiento de los y las estudiantes. Hace algunas décadas, las dinámicas de establecimiento del orden incluían la violencia física con castigos correctivos, aplicados por docentes y directivos a los y las estudiantes.
Con el devenir de una reflexión sobre los derechos de niños y niñas estas prácticas comenzaron a desaparecer del sistema educativo y fueron prohibidas. De forma paralela a estas violencias, antes institucionalizadas, los establecimientos educativos históricamente han debido enfrentar las formas en que se relacionan los y las propios(as) estudiantes, e incluso los modos de resolución de conflictos entre los y las apoderados; en la búsqueda de formas democráticas de dialogo y búsqueda de objetivos comunes que permitan articular comunidades escolares.
El Bullying: un antiguo fenómeno con un nuevo nombre
El profesor Pablo Valdivieso, académico y Director del Departamento de Psicología, explica que el término correcto que debiera usarse al interior de los colegios es precisamente “acoso”, entendiéndolo como el ejercicio de la violencia física o psicológica de manera reiterada en el tiempo, que refleja un abuso de poder de una persona sobre otra. Su detección es compleja ya que horada y debilita psicológicamente a la víctima, generando en ella distintas reacciones como depresión, ataque de rabia o, incluso, suicidio.
“La violencia es una forma de enfrentar las diferencias, que está instalada desde los inicios de la humanidad. Es el fracaso de la convivencia armónica”, comenta Valdivieso. Pero ¿por qué acudir a la violencia para “resolver” los problemas? Según el académico hay causas vinculadas al contexto social, ya que vivimos en una sociedad violenta.
Ejemplo de ello son las guerras, ataques, atentados o enfrentamientos armados como los ocurridos recientemente en París. La popular industria del cine también suele reflejar este modelo socio-cultural, exhibiendo a un pistolero que resuelve sus discrepancias con su rival matándolo. “La violencia es un fenómeno social, por supuesto, se da también en la escuela porque la escuela es un dispositivo social”, enfatiza y no es ajena a su propio contexto.
Sin embargo, según las investigaciones desarrolladas por el equipo del profesor Valdivieso, los estudiantes al ser consultados sobre su relación con la violencia, no utilizan dicho concepto sino el verbo “molestar”. Para ellos existe un molestar “en buena”, cuando se molesta a los amigos, y otra molestia “en mala” a quienes no pertenecen al grupo, entonces el primer uso de la violencia en la escuela a través de las prácticas de “molestar”, es distinguir entre un nosotros y unos otros.
Se suele agredir al que es distinto: “Cuando los niños o jóvenes nos explican a quienes se molesta en mala, queda en evidencia una relación que se da entre aquellos que pertenecen a un grupo poderoso hacia aquellos más “débiles”. En la escuela se molesta a las minorías sexuales y minorías étnicas, es decir a los que se salen de la “norma””, comenta, acrecentando con esto la desventaja, la desigualdad y la propia violencia en los establecimientos educacionales.
Aceptación de la figura del otro
En estas relaciones de discrepancia, discriminación y abuso de poder, se vuelve necesario impulsar un tipo de educación humanista que enseñe valores como la empatía y respecto hacia el otro, dejando de verlo como alguien diferente, contrario o “adversario”.
“Si se educa aceptando la diversidad, los alumnos aceptarán las diversas realidades, dejando de centrar, por ejemplo, el poder en los heterosexuales, y aceptando que las mujeres poseen los mismos derechos que los hombres, así estos no las acosarían. Los niños, generalmente, no son acosados por sus características individuales sino que por pertenecer a grupos que son minoritarios”, apela.
En la actualidad, el currículum educativo está compuesto de dos grandes objetivos: transversales y verticales. “Los objetivos transversales tienen que ver con toda la formación en convivencia humana, en el aprender a vivir con otros. Lo que recomienda el currículum es que lo transversal opere a través de lo vertical, es decir, trabajarlo cuando se enseña biología o cualquier otro ramo”, señala Valdivieso.
El rol de la escuela
Para la profesora Mónica Llaña, del Departamento de Educación, la escuela mantiene una estructura vertical y autoritaria, generando en su interior un choque de culturas y formas de vida entre jóvenes. “La comunidad escolar debe funcionar como una unidad educativa que cuente con una mayor participación de todos los estamentos; la única forma es trabajarlo en comunidad. Es importante trabajar con la familia, con los asistentes en educación y con todos sus miembros para revertir esa situación, porque de lo contrario estamos poniendo parches solamente, cambiando los manuales de convivencia y eso no tiene ningún sentido”, señala.
“Siempre ha habido violencia en la escuela, el tema es cómo entendemos la convivencia. Si entendemos la convivencia como un proceso que contribuye a generar un clima grato para el aprendizaje, no lo estamos logrando, porque una convivencia grata genera mejor aprendizaje. Pero una convivencia grata significa entender a los otros como sujetos válidos en términos de sus gustos, cultura y estilos de vida”, asevera Fabiola Maldonado, también académica e investigadora del Departamento de Educación.
En la práctica, sin embargo, los establecimientos educacionales se empecinan en mejorar los resultados de sus estudiantes en pruebas estandarizadas como Simce y PSU, descuidando una educación más integral centrada en el ser humano y como este se relaciona con su entorno. “Como educadores, psicólogos y cientistas sociales tenemos una responsabilidad de generar un modo de convivencia que estimule un modo de resolución de conflictos sin golpes o acoso”, afirma el profesor Valdivieso.