En la actualidad, antes de los 5 años muchas educadoras y centros educativos exigen a los párvulos leer o escribir, siendo que no todos(as) están preparados(as) para ello, cuyos efectos podrían ser negativos en ellos(as) según analizan educadores(as) y académicos(as) expertos(as) en educación inicial. Coinciden en este fenómeno tanto las iniciativas públicas de expansión de la cobertura de la educación preescolar, como un sistema escolar centrado en la medición y las nociones de que mientras más tempranamente los niños absorban contenidos, habilidades y técnicas, menos diferencias sociales existirán en los resultados de los aprendizajes.
Como parte del proceso formativo de niños y niñas en establecimientos tradicionales como son los jardines públicos y privados, se ha tendido a fomentar el desarrollo temprano de habilidades lectoras y de escritura, u operaciones matemáticas. Muchas veces con metodologías inadecuadas. Ello ha traído críticas de diversas educadoras de párvulos ya que anticipa innecesariamente la escolarización de menores de 6 años, “sin respetarlos a ellos(as) como personas, sujetos de derechos, sus características, sus fortalezas y sus verdaderas necesidades”, apela la Prof. Mónica Manhey, Jefa de carrera de Pedagogía en Educación Parvularia.
La educación debiera entenderse como el proceso fundamental para el desarrollo humano, el cual tiene sus etapas. La primera de ellas es la educación inicial o parvularia, cuyos precursores señalaban que durante la niñez debiera emerger la curiosidad y la exploración, desarrolladas principalmente mediante el juego.
“En Finlandia, que siempre la citan de ejemplo, los(as) niños(as) ingresan al colegio a los 7 años. De hecho, hasta 3ero básico no hay evaluaciones cuantitativas sino que cualitativas”, describe el Prof. Manuel Silva, Director del Departamento de Educación. En contraposición, la sobre-escolarización interrumpe ciclos cognitivos y emotivos, forzando a los(as) niños(as) a utilizar la memoria y la acumulación de saberes, capacidades cognitivas necesarias para la escolaridad.
“La educación de primera infancia tiene que velar por el desarrollo armónico, emotivo, cognitivo y social de los(as) niños(as), y después –desde los 6 años– debieran aprender sobre matemáticas, ciencias o literatura”, subraya Silva. Por lo que la competencia va en contra del desarrollo natural y equilibrado de la emocionalidad y sociabilidad del niño.
Sin salirse del margen
Comúnmente niños y niñas colorean libros en las salas de jardines infantiles, caricaturas de animales o personajes de cuentos de hada son las más recurrentes en los textos, la mayoría de ellas estereotipadas en cuanto a género, mostrando a mujeres en sus labores domésticas y, por tanto, creando realidad. “Los(as) niños(as) tienen muchas fantasías pero no por eso se les va a inventar otras cosas que no son”, critica la Jefa de Carrera.
Pero no es un colorear libre, junto con aprender a identificar los múltiples colores y tomar correctamente los lápices deben enfrentar un desafío mayor: pintar sin sobrepasar el contorno del dibujo. Una instrucción que, a juicio de Manuel Silva, discierne de la naturaleza humana, pues las personas no poseen límites, son las propias escuelas las que los establecen. Ejemplo de ello son los márgenes rojos en los cuadernos, una demarcación totalmente arbitraria.
Dentro de las críticas del propio gremio de educadores(as) de párvulos, destaca el uso excesivo de plantillas o dibujos hechos por adultos donde el(a) niño(a) se limita exclusivamente a rellenar. Ante este escenario, la Prof. Manhey hace un llamado a quienes están a cargo de la educación y cuidado de los(as) niños(as), a no someterlos(as) a exigencias donde se adelantan procesos, desarrollando además experiencias no gratas.
Desmotivación temprana de parte de los(as) niños(as)
Cuando se les somete a actividades que inhiben el goce del aprendizaje centrado en el juego a sus cortos 3 años, el(a) niño(a) puede pensar que es “tonto(a) al no ser capaz de dibujar o pronunciar correctamente una palabra”. También puede ocurrir que él(ella) se niegue a dibujar cuando se lo pidan, apelando a que lo haga el adulto.
Emocionalmente, pueden sentirse frustrados(as) por hacer tareas en las cuales hay que borrar constantemente hasta escribir correctamente una palabra, produciendo un “adiestramiento” del(a) niño(a), transformando esa tarea no en un desafío sino que en un problema.
El juego sigue siendo clave para motivar el aprendizaje durante la primera infancia, etapa donde no se juega por jugar, pues la risa o el canto generan mayores incentivos para que sigan investigando y proyectando las ganas de seguir descubriendo el mundo. “Lo complejo es que las presiones sociales (de padres, familiares u otras instituciones) muchas veces obligan al(a) educador(a) a realizar actividades que nunca se enseñaron en las universidades”, apela Manhey.
La sociedad del conocimiento y el neoliberalismo
El fenómeno de la sobre-escolarización se explica por el fundamento económico neoliberal presente en la escolaridad, en desmedro de lo ético y filosófico. La atención se centra en preparar a “los sujetos para la economía pero no para la convivencia. Entonces la escolaridad ¿para qué sirve? ¿Para ser buenos ciudadanos? ¿Para ser buenas personas con valores y principios? o ¿Nos enseña a ser competitivos, egoístas, donde cada uno es mi competidor? Esas son las preguntas necesarias a plantearse respecto de los fines de la escolaridad”, argumenta Silva.
La mirada neoliberal centra el aprendizaje en la obtención de buenos resultados y, por tanto, en la competencia. Cada vez hay más niños(as) con problemas que son enviados(a) al(la) psicopedagogo(a) o al(la) neurólogo(a) porque presentan déficit atencional, y es que, según Mónica Manhey, “no son capaces de completar una plana con la letra A, pero es tan aburrida la actividad que ni siquiera nosotros los adultos podríamos hacerlo. Entonces, el problema final no está en el(a) niño(a) sino que en las estrategias didácticas que se implementan”.
Por otro lado, en una sociedad dominada por las tecnologías de la información, con personas que a temprana edad ya poseen celular, computador o tablet, se han desvalorizado otro tipo de saberes como la capacidad de comunicarse, el goce vivencial, disfrutar del error y que este sea una fuente de aprendizaje. “Detrás de todo esto hay, lamentablemente, un paradigma, un concepto de niño(a), un concepto de profesor(as) y un concepto de enseñanza”, enfatiza Manhey.
Educando a las familias
Junto con el rol de los(as) educadores(as) en la formación de la primera infancia, se vuelve necesario también trabajar con las familias, con el fin de potenciarlas y empoderarlas como primeros agentes educativos de sus hijos(as). Para ello, se les debe señalar que quizás no tendrá una carpeta de trabajos de papel y lápiz pero cocinando, en el pozo de arena, realizando salidas pedagógicas o caminatas lectoras, aprenderán mucho más.
“Cuando uno(a) le explica el sentido a la familia de por qué se hacen las cosas, los padres entenderán mejor, van a proyectar el trabajo pedagógico en su casa, se van a recabar experiencias con la familia y se va a trabajar de manera más estrecha. Desde los dos años, a los(a) niños(as) ya se les puede decir ‘hicimos cocadas y aprendimos a que para hacerlas hay que lavarse las manos’, entonces uno podría explicitar a los(as) niños(as) que además de pasarla bien aprendieron”, comenta.
Al respecto, enfatiza que los padres deben comprender que con juegos como elaborar brochetas de frutas también se aprende, ya que matemáticamente se recurre a la seriación plátano-naranja-manzana. También, según Manhey, es preciso recordar que los(as) niños deben jugar por jugar no solo para aprender sino que es una necesidad básica y, más importante aún, un derecho social.